Valió la pena: una vida entre diplomáticos y espías (Reseña)

03/29/2022

Hay ocasiones en las que el caos es una de las mejores maneras de recoger la máxima información posible, y creo que este es el caso del libro escrito por Jorge Dezcallar: Valió la pena: una vida entre diplomáticos y espías (2015). La labor del lector, más que acordarse de todos los detalles que se narran en su peripecia como diplomático, reside fundamentalmente en extraer las ideas comunes que se observan en todos los destinos que visita. Dezcallar nos relata cómo la política exterior posee características y situaciones perennes, las cuales, independientemente de la experiencia que analicemos, nos definen como estado en nuestras relaciones internacionales.

Principalmente, creo que se pueden destacar tres temas esenciales a analizar. En primer lugar, nuestras relaciones con el norte de África y los estados de Oriente Medio debido a la dependencia mutua y la posición geográfica común que compartimos. En segundo lugar, la intromisión partidista en la política exterior y el perjuicio que el conflicto político interno provoca en la misma. Por último, la ausencia de perspectiva de España en cuanto a su política exterior y los problemas que este factor ha causado.

Dezcallar señala cómo estos temas ocupan la agenda fundamental de la política exterior y son al mismo tiempo fuente de acuerdos y problemas. Quizás su testimonio sea importante por el perfil tecnócrata que se ha ganado gracias a sus actuaciones y por aportar una visión menos sesgada que la aportada desde la perspectiva partidista de conservadores y socialistas. Quizás fue esa ausencia de posicionamiento la que muchas veces le acabaría condenando y privándole de importantes destinos.

Comenzaremos hablando del primer asunto relevante de nuestra política exterior que trata el libro. Dezcallar narra su experiencia en la Dirección General para África y Oriente Medio y como embajador en Rabat. Esta es quizás la parte más adecuada para analizar los errores y aciertos cometidos por España en su política exterior en una región de máximos intereses económicos. Nos presenta una España que apuesta por una posición mediadora y centrada, una postura algo rota tras la entrada en la Guerra del Golfo. España quiere ser de alguna manera el amigo de todos y busca evitar conflictos, los cuales, siendo realistas, son inevitables por la naturaleza de este tipo de estados. España, en fin, pretende quedar bien con todos y al final lo que consigue es no quedar bien con nadie.

Creo que Dezcallar realiza una acertada reflexión sobre ello. Un buen ejemplo es su análisis de la Cumbre de Madrid de 1989 donde, sin dejar de destacar la rápida y efectiva organización de la misma y el esfuerzo que esto supuso para España, reconoce la complejidad de los objetivos fijados - poner de acuerdo a estos estados - y la ausencia de verdaderos compromisos adquiridos. Especialmente, España no consiguió en absoluto que los países árabes entendieran el reconocimiento de Israel como actor legítimo en el contexto internacional, ni tampoco logró una confianza firme por parte del resto de estados.

Debemos recapacitar acerca de si esta posición intermedia realmente nos ha aportado beneficios y si no hubiera sido mejor apostar por una posición basada en nuestros intereses económicos y geográficos, manteniendo mejores relaciones con los estados árabes. Dezcallar no se moja, quizás porque no tenga una respuesta clara, ya que la única vez que esa sensación de equidistancia se rompió fue tras la Guerra del Golfo. Esta tuvo un resultado nefasto en el interior del país, aunque mejoraría considerablemente nuestras relaciones con Estados Unidos; eso sí, por tiempo limitado.

Algo parecido ocurre cuando mencionamos la cuestión marroquí. Tendemos a pensar que Marruecos se mueve por un simple complejo de inferioridad hacia España y que busca una confrontación permanente en unas relaciones que parecen avocadas a un conflicto constante y a la ausencia de puntos en común. Por contra, Dezcallar aporta una visión alternativa y apuesta por buscar con más ahínco los puntos en común con Marruecos y las estrategias concretas que puedan mejorar nuestras relaciones con dicho estado.

Es necesario que veamos que Marruecos tiene importantes intereses estratégicos que le llevan a querer mantener una buena relación con España, al ser su principal punto de unión con Europa. Además, compartimos intereses migratorios comunes y en materia de seguridad más allá de los distintos acuerdos económicos beneficiosos para ambos estados.

Por tanto, para cerrar este primer asunto podemos destacar que España debe apostar por una política decidida en relación al mundo árabe y Marruecos. Lo ideal sería mantener una política duradera y unos objetivos predecibles que no hagan que nuestras relaciones con estos estados dependan del partido de turno en el gobierno o de intereses momentáneos. España es la puerta a Occidente de estos estados, y no puede dar la sensación de improvisación continua que refleja Dezcallar en el análisis de su etapa en la región.

Procede ahora tratar el segundo tema que creo merece una reflexión más detallada de entre todos los analizados por Dezcallar, la intromisión partidista en la política exterior española. El relato más relevante a este respecto es el de su etapa al frente del Centro Nacional de Inteligencia. Dezcallar entra en el Centro con un perfil tecnócrata y alejado de las distintas disputas partidistas. Sin embargo, no es fácil actuar en España sin el soporte de un partido político o sin estar adscrito a alguna ideoogía concreta. Desgraciadamente, esto ocurre en ámbitos vitales que deberían ser exclusivamente asuntos de estado, como la seguridad, la inteligencia o la política exterior.

Merece especial atención el tratamiento del yihadismo y, en particular, de los atentados del 11-M. El autor afirma que el CNI colaboraba activamente con los distintos centros nacionales para dar respuesta a la amenaza yihadista que se cernía sobre Europa tras el 11-S, detectando en España una situación de riesgo particular como consecuencia de nuestra participación en la Guerra del Golfo y nuestra alianza militar con Estados Unidos. Y en lugar de tomar las medidas adecuadas, el gobierno decidió que antes era necesario preservar su política en el Golfo, negando la posibilidad de un ataque terrorista islámico que finalmente sucedió. Tal como afirma Dezcallar, no cabe ningún tipo de justificación a esta actitud del ejecutivo de entonces, que desoyó las informaciones de Inteligencia por motivos políticos y electorales.

Jorge Dezcallar
Jorge Dezcallar

La conclusión del autor es, como ya se ha mencionado, que España merece una política exterior que no dependa de intereses electorales ni partidistas según la formación que esté en el poder. No podemos transmitir una imagen de confianza a nuestros aliados internacionales si no se evita la manipulación en nuestros servicios de inteligencia y si los políticos de turno sólo confían en ellos cuando les dicen aquello que quieren oír. La política exterior no depende de los intereses de un partido único o del partido de gobierno, sino que debe buscar los intereses comunes de la nación, y para ello se cuenta con gente preparada e independiente como los diplomáticos. Así, debemos dejar hacer a aquellos que cuentan con la preparación necesaria para alcanzar los objetivos comunes y transmitir los eventos sin una cortina política que pretenda modificar la realidad.

Pero lo mismo que este uso partidista de la política exterior se hace desde el poder y el gobierno, tampoco es justo que la oposición lo utilice para hacer política. Por eso, la imagen que dimos del 11-M y la Guerra del Golfo ante el mundo fue un error tanto de gobierno como de la oposición. No se puede olvidar que dentro de España los partidos representan diversos intereses pero todos conforman nuestra patria y en la política exterior deberíamos unirnos bajo un plan común.

Por último, cabe resaltar de la experiencia de Dezcallar su comprobación acerca de la falta de perspectiva en relación a otros estados que se manifiesta abiertamente desde España. Esto lo experimenta en su etapa como embajador ante la Santa Sede, donde muestra cómo las relaciones entre la Iglesia y el gobierno socialista de Rodríguez-Zapatero fueron prácticamente imposibles de manejar. La razón es que el gobierno socialista entendió que las quejas de la Iglesia y de Roma por diversas leyes como las del matrimonio homosexual o el aborto se debían a una actitud casposa y anticuada, y que no debían causar demasiada preocupación. De este modo, en lugar de tratar de explicar el motivo de estas leyes o incluso quizás no emplear ciertos términos que podían haber resultados ofensivos hacia la Iglesia, el gobierno provocó una confrontación nada beneficiosa en términos diplomáticos.

De nuevo, pretendemos lanzar una imagen de política exterior mirando solamente hacia el interior de España y sin tener en cuenta la visión global internacional. Más sangrante fue que se produjera esto con la Iglesia Católica, destacando Dezcallar la hipocresía de ciertos miembros del gobierno que no tenían problema alguno para acudir a ciertos actos oficiales, pero luego rechazaban reunirse a negociar con la Iglesia. Cabe resaltar aquí el papel del Rey. La necesidad de la presencia de una figura así queda justificada a raíz de los acontecimientos que narra Dezcallar, y especialmente en momentos donde los intereses políticos prevalecieron sobre los nacionales. Su labor de conciliación, especificada en la reunión mantenida junto a Zapatero y Rajoy en plena crisis diplomática así lo demuestra.

En suma, el libro Valió la pena: una vida entre diplomáticos y espías debe hacernos reflexionar sobre si queremos establecer una política exterior de estado con objetivos determinados o, por el contrario, una política basada en la improvisación y el interés político momentáneo. Y aunque parezca imposible, creo que el esfuerzo por alcanzar una política como aquella descrita en la primera opción, sin duda, valdrá la pena.

RAFAEL MUÑOZ-MURILLO COTO