Uno de los míos

13.04.2020

Un relato de Fernando de Lucas Olesti

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En ese intervalo de tiempo indefinido entre ayer y el otro día, vivía un hombre de cuyo nombre me acuerdo, pero preferiría no revelar. Nuestro protagonista no difería de cualquier persona que uno podría encontrar en la calle, pues tenía el pelo castaño, los ojos oscuros y era de estatura media. Sin embargo, tenía una característica única: su piel era blanca. Esto no quiere decir que fuera de raza blanca, sino verdaderamente de color blanco. Lo más lógico al oír esto sería creer, y yo también lo pensé cuando me hablaron de él, que sufría alguna enfermedad y que tendría una apariencia de persona triste y apagada, como un lienzo sin pintura a la espera de que el artista le dé color.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad, ya que era de un color blanco distinto al imaginado, un color blanco que emanaba energía y pureza, un color blanco radiante. Era una persona alegre, pero tampoco excesivamente. Ante todo, era una persona excelente, amiga de sus amigos, volcada en su familia y en los demás. Era en definitiva una de esas personas que es prácticamente imposible odiar, una rara avis hoy día. Allá por donde fuera nuestro protagonista contagiaba esta energía positiva: la gente sonreía sin razón alguna cuando pasaba cerca, los colores se veían más intensos, y los pájaros le agradecían su humilde contribución con sus cantos.

A pesar de tener una cualidad tan única, nuestro protagonista nunca sufrió el acoso de la gente o los medios, sino todo lo contrario, ya que sus vecinos y conocidos se acostumbraron rápidamente a este detalle, y se fijaron más en sus otras grandes virtudes. El blanco de su piel se convirtió en algo cotidiano, como ese vecino que tiene una cicatriz o aquel otro que cojea ligeramente de una pierna. Todos ellos dieron por hecho que era así de nacimiento, ya que sus simples mentes no podían imaginar el verdadero origen de tan particular rasgo.

La mayoría de las personas que conocemos toman el Sol. Tomar el Sol hace que nuestra piel adquiera un color más oscuro, el cual relacionamos con el bienestar, tanto corporal como material. Sin embargo, esta asociación de ideas nació hace bastante menos de lo que uno puede pensar. Durante muchos años la idea reinante fue que se había de evitar la exposición directa al Sol a toda costa, pues estar moreno era sinónimo de ser un jornalero, una persona de un estrato social bajo. Pues bien, el protagonista de esta historia se alejaba bastante de todas estas modas inocuas y pasajeras porque él no tomaba el Sol, ni tampoco lo evitaba, él tomaba la Luna.

Cuando me contaron esta historia me explicaron con todo lujo de detalles como lo hacía, pero haré una versión resumida para esta ocasión. En primer lugar, sólo tomaba la Luna cuando estaba llena, pues así el proceso era más rápido. Su procedimiento era bastante sencillo: se tumbaba en su jardín y la miraba fijamente con un rostro sereno hasta que consiguiera adquirir ese color tan distintivo.

Lo que nuestro protagonista no esperaba era lo que pasó aquel día. Había Luna llena, así que siguió su rito habitual y se quedó mirándola, tal vez ese día con mayor intensidad de lo normal, tal vez con la misma de siempre, pero el hecho es que aquel día todo cambió para siempre.

- Buenas noches.

Nuestro protagonista, acostumbrado a tomar la Luna en el más absoluto silencio, se sobresaltó.

- ¿Quién eres? - preguntó ligeramente irritado, mirando hacia los lados de su jardín.

- ¿Por qué todos los humanos vivís tan afanados en mirar siempre hacia la tierra? Mira hacia arriba, soy yo, la Luna. Nos conocemos desde hace tiempo, pero nunca habíamos tenido la oportunidad de hablar.

Nuestro protagonista estaba experimentando una mezcla de miedo y curiosidad por ver cómo acabaría tan extraña situación.

- Yo te vengo a ver muchas veces, ¿por qué nunca te habías dirigido a mí hasta ahora? - preguntó con una ligera punta de insolencia.

La Luna no le respondió. Tan sólo le sonrió y le observó con una dulzura sólo comparable al amor con el que una madre mira a su recién nacido por primera vez.

- ¿No me respondes? - insistió, turbado ante tan intensa mirada.

- Eres justo como había imaginado que serías. - dijo sin dejar de sonreír.

El protagonista de esta historia le miró con una mirada de asombro.

- Verás, - continuó la Luna - necesito tu ayuda, pero antes de que te explique en que consiste, has de prometerme que me ayudarás pase lo que pase.

- Tienes mi palabra - prometió. Era cierto que no sabía muy bien que estaba pasando, pero era de buen corazón y no podía evitar ayudar a alguien que lo necesitara.

- Bien. - la Luna se puso seria. - El mundo necesita de más personas como tú, mi joven amigo. Personas que hagan sonreír a los demás cuando pasan cerca, personas que hagan que los colores se vean más intensos, personas dispuestas a ayudar a los demás.

- Quieres decir más gente de este color - preguntó mirándose sus manos, blancas, radiantes tras haber tomado la Luna.

- No exactamente. Tú ya eras una persona excelente antes de empezar a tomarme, yo tan sólo potencié tus virtudes. Necesito que encuentres a personas como tú y que las traigas a mí, para que así puedan tomarme. Sin embargo, yo nunca me dirigiré a ellas como estoy hablando contigo ahora. Tendrán que fiarse de tu palabra.

- ¿Y cómo sabré a quién elegir? Desgraciadamente el mundo está lleno de gente que aparenta ser una cosa y luego es otra, de personas que no son dignas de tomarte.

- Tendrás que asumir riesgos, pero no te preocupes. Habrá gente que traerás a mí pero que no serán capaces de tomarme, muchos de ellos te calumniarán, furiosos de que se haya descubierto su falsedad, pero sobre todo envidiosos de no poder ser como tú. Pero cuando esto pase, no pierdas la esperanza. También habrá muchas personas que traerás a mí y que cogerán el color, algunos de ellos incluso más radiante que el tuyo. Tú sólo sé tú mismo, como siempre lo has ido, ve por el mundo contagiando tus virtudes y buscando gente excelente como tú, pero sobre todo no tengas miedo. No olvides que yo te elegí a ti de entre todas las personas del mundo, no olvides que eres uno de los míos.