Terrence Malick, de "The red thin line" a "A hidden life"

09/22/2021

Terrence Malick es el director de cine que más me ha hablado y cuyas palabras más han penetrado en mí, hasta habitar vivamente en mi conciencia. Me siento tentado a decir que es el mejor director de la historia, pero daría lugar a discusiones que se pierden por derroteros, porque el Arte tiene ese algo de inasible, de personal. Juzgar a un director en muchas ocasiones es valorar el caudal de tu propia experiencia que has visto volcado en sus películas. Así que, sin ánimo de relativizar la calidad de una obra, dejemos de lado este debate y dirijamos nuestra mirada atentamente a lo que es específicamente Malick, su idiosincrasia y la altura a la que ha elevado a un arte que vive, en numerosas ocasiones y en no muchas menos por su culpa, con el peso de tener que justificarse a sí mismo.

I

En el cine, en cualquier cine, hay una tensión entre la acción y lo espiritual, que están inevitablemente entrelazados. Por acción entendemos al movimiento externo de los personajes como tal: elementos de una ficción que responden a motivaciones narrativas, motivaciones concretas enmarcadas en un plano lineal fijado por la causalidad. El conjunto de las acciones conforman la historia.

Lo espiritual es mucho menos evidente, pero no por ello deja de estar presente. Surge de fuentes menos reconocibles, en el peor de los casos, por el factor subjetivo o el azar y, en el mejor, por la sabiduría artística, plena del autor. Frente a la acción, que es lo externo, lo espiritual es lo interno, el mundo de las ideas, de las intuiciones, de la experiencia, de la vitalidad. Lo espiritual en el Arte conecta con la propia conciencia y entra en diálogo con ella, mediante palabras inarticuladas que se refieren a la vida, las reconocemos y las contrastamos con lo que es particularmente nuestro, de nuestra intimidad, y si el diálogo con la obra es estable y fructífero, el Arte se ha trascendido a sí mismo.

Hay, por tanto, una dualidad en el cine, y de cómo se da la comunión de una y otra depende mucho, por no decir todo. Como decíamos, ambas están siempre presentes. Es imposible enlazar dos imágenes y que el espectador no establezca una conexión entre ellas, por tanto, la acción no puede faltar. Tampoco lo espiritual, pues la acción va a conducirnos en todos los casos a alguna idea o concepto cuya resonancia exceda los propios límites de la historia; es decir, en la acción vamos a encontrar algo de nuestro mundo; aunque la acción, ni mucho menos, es la única forma de sobrepasar estos límites, más bien supone un camino indirecto, secundario. Lo relevante no es, entonces, si están presentes o no, si no cuánto lo está cada una.

Otra tentación es la de denostar la acción, pero esto está demasiado estereotipado y no es del todo cierto. La acción en sí no es mala porque es intrínseca a la obra. Sí que es malo absolutizarla, porque lo espiritual queda reducido a su mínima expresión elemental y sólo es capaz de pronunciar murmullos casi imperceptibles [1].

La razón por la que en esta dualidad, en casi todos los casos, una de las dos partes salga perdiendo y que, en consecuencia, nos encontremos con una película comercial o una película para minorías es que el lenguaje de la acción es esencialmente distinto al lenguaje de lo espiritual.

La gramática de la acción son las estructuras narrativas, los personajes, su enmarcación en un lugar y tiempo y el desarrollo que tiene un punto inicial y otro final. Como aspectos fundamentales podríamos nombrar su carácter cerrado, causal; es decir, responde a una coherencia narrativa en la que un elemento está motivado necesariamente por uno anterior y tiene como respuesta otro subsiguiente. La gramática de lo espiritual es más compleja de definir. Nos aproximamos a hacerlo, si es que es posible, caracterizándola como universal y abierta a la experiencia particular de cada ser humano. No es capaz de manifestarse en una linealidad cerrada como la narrativa, sino que va construyéndose a partir de ideas, sensaciones, a partir de un caos que somos capaces de reconstruir porque identificamos lo que vemos en la pantalla con lo que hemos vivido. Son nociones dispersas a la espera de que les demos vida nosotros, es un caos ordenado por nuestra subjetividad, es aquello en lo que el espíritu se ve reflejado.

La acción atrae al amplio público y lo espiritual, en la medida en que frecuentemente carece de una acción notable, cansa al primero y atrae a una minoría. Recordemos que el Arte es, ante todo, comunicación -con personas extrañas- y nadie debería preferir comunicarse con unos pocos antes que con muchos.

II

De lo que más se reprocha a Malick es de aburrido que, desde la otra perspectiva, significaría que es un director de minorías, pero en su trayectoria ha conseguido demostrar que esto no es cierto.

Tras dirigir dos películas en la década de los setenta, "Badlands" y "Days of Heaven" -que tendría que volver a ver para poder hablar apropiadamente de ellas en este artículo-, Malick permaneció en completo silencio durante dos décadas, hasta que realizó "The thin red line". Desde entonces, ha espiritualizado sus obras hasta niveles muy difíciles de encontrar en otros autores; tanto, que la distribución comercial ha sido su gran lastre durante todos estos años.

En estos más de veinte años que lleva activo, veo -y creo que es comúnmente aceptado- tres etapas: en la primera se encuentra "The thin red line" (1998) y "The new world" (2005); en la segunda, "The tree of life" (2011), su obra monumental, "To the wonder" (2012), "Knight of Cups" (2015) y "Song to song" (2017), que cierra una etapa, abriéndose una nueva con "A hidden Life" (2020) [2]. Todas ellas son excepcionales, verdaderas obras maestras. Difieren unas de otras por la forma más que por el fondo, porque no hay una sola en la que no se trate de conectar con lo más íntimo del Hombre, con lo más bello e inefable.

La primera etapa fue, en términos comerciales, mejor. En ambas la acción tiene una relevancia suficiente como para entretener a un espectador poco atento. Son obras enmarcadas en episodios históricos, la Segunda Guerra Mundial y el descubrimiento de América. El hecho de tratar sobre eventos históricos aporta gran parte de la acción a las películas, pero Malick inserta de lleno su nueva personalidad cinematográfica liberando la cámara (grandísimo aporte técnico a la historia del cine, genialidad peculiarisima del director americano), con movimientos que acompañan a los personajes, a la Naturaleza, con un montaje que desata a la imagen de su pesadez por la cual antes percibíamos toda escena como realidad ficticia; realidad porque nos creíamos parcialmente el engaño de que esta cámara es testigo de la vida cotidiana, pero ficticia porque hay en verdad un distanciamiento con lo cotidiano abismal. La imagen inmediata -no el conjunto de la película- antes de Malick es un eco -repetición- lejano de la vida y con él se transforma en verso.

Terrence Malick
Terrence Malick

Con este nuevo aporte técnico y con la voz en off, presente en él desde el principio, se deja el espacio necesario para que florezca lo espiritual, aquella belleza e intimidad existencial que mencionábamos. En estas dos primeras películas la acción y lo espiritual corren paralelos, pero no de la mano. No hay una comunión plena, sino que más bien la acción está planteada de tal forma que puedan aparecer las ideas personales, pero sin una necesaria relación con el desarrollo histórico narrado. Esto no es del todo así, o al menos sería injusto dejar aquí la descripción de estas dos películas, sin embargo, señalar que de momento no hay una unidad plena en la dualidad nos sirve para seguir avanzando hacia el fin de este recorrido.

En la segunda etapa, Malick lleva a cabo un giro brusco, pero no arbitrario sino más bien consecuente con respecto a lo anterior. Hay un nivel de abstracción de lo que muestra muy alto. Los desiertos por los que andan sus personajes ya no están situados en un lugar y tiempo determinado, sino que son reflejo del alma -antes también lo eran, pero en paralelo a lo histórico-narrativo-; así como la belleza de la naturaleza, que ya no presenta la isla de Guadalcanal o Virginia, sino exclusivamente las aspiraciones más elevadas del Hombre. Esta idea es una síntesis de toda su segunda etapa. La acción se reduce a lo mínimo y ya no ofrece apenas ningún interés. Puede decirse que este olvido de lo narrativo permite a Malick ahondar más en detalle en el alma humana, lo que, entre otras cosas, le lleva a crear su obra monumental que ya hemos señalado.

Pienso que esta etapa -y anteriormente la introducción genial de su técnica- no es fruto de una maduración teórica sobre lo que es el cine, sino que es casi una reacción, un sentirse empujado por su anhelo de valerse de este arte para llegar lo más alto posible, a lo más misterioso, verdadero. Recordemos que la gramática de lo espiritual es, a parte de universal, abierta, tiene algo de caótico, por ordenar. Que el cine de Malick sea arduo es básicamente por esta razón.

Llegados a este punto, Malick no necesita más razones para situarse entre los más grandes del cine y poder ser considerado como un artista plenamente realizado. Pero dio un paso más; no diremos hacia delante, pero definitivamente tampoco hacia atrás: dio un paso entre las alturas.

Con su último giro nos parece que cesó por un instante en su ascenso vertiginoso a lo bello, a la Verdad y se planteó su posición en el mundo como cineasta. Definir el Arte como comunicación queda algo pobre, pero realmente es su característica vital. Es mucho más que simple comunicación cuando logra ser bello, cuando se convierte en una unidad autosuficiente, pero nunca dejará de ser un acto comunicativo -primitivo en el hombre, ligado a él hasta la eternidad. Malick debía ser plenamente consciente de por qué ninguna distribuidora grande quería hacerse cargo de sus películas. Entre otras dificultades a las que le ha llevado, una que nos parece especialmente triste es que no haya podido proyectar en cines fuera de Estados Unidos las cintas que dirigió entre el 2012 y 2016.

Un artista debe sentir un deber para sí mismo, pero también para el conjunto de la Humanidad (qué sensibilidad la de Bresson cuando hablaba de su filmografía como su aportación a la Humanidad), y a Malick le debía incomodar profundamente que tantos permanecieran ajenos a lo que quería expresar en imágenes. Aquí es cuando llegó "A hidden life".

Volvemos con ella al asunto histórico que había abandonado estos últimos años. Esta vez el protagonista es Franz Jägerstätter, objetor de conciencia durante la Segunda Guerra Mundial. Católico, de un pueblo de Austria, Radegund; cuando es llamado a filas se niega a jurar lealtad a Hitler por suponer esto un atentado grave contra su condición de cristiano -seguidor de Cristo, apelativo idóneo para Franz y su mujer. A partir de aquí se sucede su encarcelamiento, el juicio y la ejecución. El director expresa con palabras nítidas y precisas una de las cosas más complejas para comunicar que se nos puede ofrecer a un hablante, o artista en este caso: cómo una vida es elevada a un nivel tan místico que no puede estar sujeta al régimen deshumanizado y destructor de Hitler. Plasma en imágenes cómo un hombre logra ser plenamente libre estando condenado a muerte y cómo una mujer, en el vacío, en la desgracia se une a Cristo por su muestra de amor tan perfecta que sucede cuando, sin entender del todo a su marido, acepta junto a él el destino trágico de los dos.

Antes hablábamos de que en la segunda etapa de nuestro director, él logra ganar la suficiente libertad como para desenvolverse por los ámbitos más a oscuras del ser humano, más complejos y últimos. Nadie puede decir que en esta película no lo logra. Es, entonces, una nueva etapa por el papel que le devuelve a la acción.

Una vez vista, nos recuerda a sus dos películas de la etapa primera, hasta el punto de pensar que ha retomado ese estilo. Pero lo modifica en algo esencial. Acción y espiritualidad van paralelas, pero esta vez también de la mano. Las ideas más bellas y profundas borbotean a cada momento, esencialmente vinculadas a la acción. Lo abstracto empuja a lo concreto y viceversa. Se establece un círculo perfecto. Por ese ascetismo tan bien dibujado -espiritual-, Franz es llevado a juicio -acción- y a la vez ese juicio y condena de muerte eleva su condición cristiana -espiritual-, por ese cristianismo tan cercano a lo perfecto es condenado a muerte -acción- y por esa condena a muerte, la Verdad queda impresa en nosotros -espiritual-. La reciprocidad, el matrimonio entre lo narrativo y lo inefable se ha llevado a cabo. Con este mérito a las espaldas, 20th Century Fox, dependiente de la segunda distribuidora más grande, ha sacado a Malick a los cines de todo el mundo.

Lógicamente, nos sentimos tentados a decir que Terrence Malick es el mejor director de la historia del cine, pero esa discusión le hace descender de la altitud en la que se encuentra - y en la que se encuentran otros pocos. No me atrevería tampoco a sentenciar que A hidden life constituye la plenitud de su cine con obras anteriores tan excepcionales; pero sí encuentro razones para pensarlo. Malick es un director genial, irrepetible al ofrecernos su personal aporte a la Humanidad. Malick se ha trascendido a sí mismo y forma parte de ese bien inmaterial nuestro, la Cultura, que ha ido forjándose a través de las vicisitudes de la Historia y que se dirige a lo eterno, allá a lo alto, en las montañas.

*CITAS

[1] Aquí entra otro tema; qué es más importante: entretener o comunicar. Me posiciono en la segunda opción, entendiendo que la solución no es obvia y que ambas posturas están legitimadas.

[2] Dejo fuera su documental "Voyage of time: life's journey" (2016).


ANTONIO FRAGUA DOLS