Romances de nuestro rey don Rodrigo

12/29/2021

Advertencia inicial

Me propongo estudiar un grupo de romances nacidos en torno a la figura de don Rodrigo [1] y da el caso que analizar un romance es una tarea, digamos, embarazosa. El conjunto de romances de esta temática, y de cualquiera, no es algo estático sobre lo que podamos fijar la mirada, diseccionarlo y sacar conclusiones universales. No es un objeto de estudio común. Quizás luego se entenderá mejor, pero la razón fundamental es que hay tantos romances como juglares que lo cantan - y en cada juglar hay tantas variantes de un mismo romance, como veces que lo ha cantado -, cada uno se ajusta al espacio y al tiempo en el que tiene lugar. La variación puede darse tanto en la distinta entonación de un verso como en la completa reestructuración de la narración. Lógicamente, los cambios son lentos y tienen una misma dirección: la atención del público. Por eso, me veo legitimado a estudiar estos romances, a tomarlos por un todo, porque, en el peor de los casos, son reflejo de un sentir en un momento determinado y, quizás, por sus tendencias internas, nos permitan ver un sentir más general, universal, un sentir español [2].

1. El sentido general de los romances

Con la misma gana que vemos hoy una historia, en la Edad Media nos parábamos a escuchar aquella otra cantada por un juglar. El acto y nuestra respuesta a él, basada en la ingenuidad y la sorpresa, es esencialmente el mismo. Nos preguntamos el por qué de esta disposición, siendo evidente que los sucesos narrados no alteran en absoluto la realidad del mundo. Serán múltiples las razones, pero la que más nos interesa es que al seguir una historia la recibimos con mayor o menor interés en la medida en que nos identificamos con los personajes o, mejor, identificamos nuestra existencia con el conjunto de lo narrado. Cuando vemos en la historia rasgos que nos son familiares y penetran en nuestra intimidad compartiendo con nosotros un drama particular, nos sentimos en comunión con ella, su destino es el nuestro. Será todo una ficción, pero nada más real y sagrado.

Estas narraciones nacen del acuerdo tácito entre el genio individual y el público al que se dirige. El acuerdo radica en la sensibilidad e inquietudes del oyente, que se traducen en su interés general hacia la obra. Buscando este interés, el genio moldea el texto hasta acoplarlo con lo que demanda la gente. El proceso es dinámico, pues rara vez la demanda se satisface plenamente y, más importante, ella misma varía en el tiempo - con el mismo paso lento con el que avanza la Cultura. La mecánica del acoplamiento resulta en algo riquísimo. Por una parte el oyente se acerca a la narración como un espectador ajeno a lo que se le presenta; por otra, sin embargo, él mismo ha dado forma inconscientemente a la historia, como parte de una colectividad, él es el cincel velado que, en el silencio de todo un pueblo, ha esculpido una obra que es reflejo de los movimientos de su alma.

El romance es una forma literaria oral de carácter popular y abierto. Esta es su definición más básica, luego hay rasgos que concretan la esencia, como es su métrica octosilábica y asonantada o el carácter de la narración, fragmentado y dramatizado. Esto último, aunque quizás no sea secundario, no funciona como regla general. No es así con los pilares inamovibles: "abierto" porque varía en el espacio y el tiempo en el que se canta, según los designios del cincel velado y la capacidad del genio, como ya hemos dicho. Que sea abierto no se refiere a que se dejara vía libre a la improvisación, sino que, existiendo un base fija, hay un proceso de pulimiento, lento y refinado como el de la escultura. "Popular" porque pertenece al pueblo y no a un grupo selecto e instruido. Se desarrolla en el seno de personas llanas ocupadas en otras labores, con una intuición de la Verdad enraizada, entre otros, en la crudeza del trabajo y en las vicisitudes del día a día. De su esencia popular se desprenden dos características sobresalientes: la predilección por lo histórico y la sencillez ambigua.

Pocos temas unen a una comunidad tanto como lo hace la historia compartida, por lo que muchos romances abordan estos asuntos. Que el juglar opte por un tema que seduce no a personas aisladas sino a una colectividad es la primera razón, pero no la última. Un romance, una obra en general, trata cuestiones actuales a sus oyentes, que tienen un eco en su interior, y los relatos del pasado por contradictorio que parezca pueden ser ideales para este fin. Los sucesos de hoy - los problemas sociales, económicos, políticos - quizás no interesan a un arte que aspire a ser universal.

Sobre lo que sucede en el mundo contemporáneo tenemos una opinión formada que es origen de disputas entre unos y otros. Nuestro discurso relativo a las distintas situaciones está cerrado, son nuestros intereses los que le han ido dando forma, por lo que se encuentra rígido e inevitablemente exteriorizado - su materia es mundana. Sin embargo, el arte necesita de la flexibilidad y de un espacio suficiente para expresar lo inefable, ya que el blanco al que apunta son los misterios del alma, paradójicos, difusos. El presente no sirve. Por el contrario, el pasado se puede reformular, se pierde en la neblina, dejando de lado las disputas y pudiendo conectar a unos y otros a través de lo que es esencialmente humano. Además, pese a su condición casi etérea no olvidemos que la historia es real, habla de un ayer que fue hoy -los relatos épicos resuenan, aunque vagamente, en lo cotidiano. Es un recipiente ideal para el arte: dejando espacio suficiente a lo indeterminado sigue cargado de una realidad de la que no se puede desprender.

La otra nota es la sencillez, resultado genial que asegura la pervivencia de la obra en el espacio y en el tiempo. Si el público es el pueblo y no un grupo selecto, el texto debe ser inteligible, no complejo - en ese caso, los oyentes se aburrirían. Sin embargo, tampoco debiera ser simple la narración, porque lo simple es pobre, tiene una sola capa que se agota pronto para el receptor - y también terminaría aburriéndose. Solo queda lo sencillo, que es accesible, pero guarda en su interior abundantes formas de mirarlo. Esto permite que la obra y la vida particular puedan caminar de la mano, pues a medida que el individuo reformula su existencia, hará lo propio con la obra sobre la que volcó esta existencia y no sólo eso, su maduración del romance hará también que descubra nuevos caminos por la propia inercia intelectual. El horizonte poético es inmenso. La sencillez ambigua es la puerta ajustada a la altura del campesino que le abre a un espacio inmensurable. Asegura la pervivencia de un poema a lo largo de los siglos.

2. El sentido particular de los romances de nuestro rey don Rodrigo

Ciñámonos ahora a este conjunto de romances. El evento histórico que señalan es el más antiguo que recoge cualquier romance. Se refiere a la pérdida del reino visigodo de la Península a manos de los musulmanes. Como es bien sabido, la derrota de don Rodrigo se debió a las divisiones internas en su reinado, a las luchas de poder, que le llevaron a enfrentarse al invasor con un ejército muy vulnerable. Sin embargo, los romances fueron reformulando la historia, hasta llegar a un relato radicalmente distinto.

El origen de la conquista sería el amor libertino de don Rodrigo por la Cava, a quien le ofrecería todos sus reinos en un arrebato enamorado - parece comúnmente aceptado que este ofrecimiento estaba condicionado a una relación sexual. Ella se lo hace saber a su padre, don Julián, enemigo del rey visigodo, que concierta un plan con los moros para destruir España. Es el punto de partida y sobre el que se articula toda la narración. Don Rodrigo irá a luchar contra los extranjeros y será derrotado. Humillado y arrepentido, huirá hasta encontrar en las montañas a un ermitaño y el propio rey le demandará una penitencia para expiar sus graves faltas. La penitencia consistirá en ser enterrado vivo.

Esta reformulación de lo sucedido nos habla del camino de un pecador en todos sus niveles. En primer lugar está la tentación - confusión de las apetencias con el Bien - que deriva en el pecado, entrega desfogada. El pecado no es sino una caída, un hundimiento implacable que le hará ver al culpable, inmerso en la dolorosa oscuridad, el ardid al que ha sido sometido; vislumbra nítidamente su culpa y, peor aún, las consecuencias trágicas de su error. Llora. Luchará derrotado, querrá liberarse de unas cadenas más hirientes que las de la propia tentación, las del remordimiento, deseará volver a un estado de pureza primigenio. Y para ello, se le presenta un único camino posible, evidente: la penitencia. Todos sus anhelos se concentrarán en esto, en una expiación a la altura de unos daños tan grandes. Y lo logrará, con alegría se entierra vivo, sabiéndose reconciliado con Dios, redimido.

Caben varias lecturas a este relato, sostenidas en el hecho de que el romance es un arte popular y abierto, como ya hemos explicado. Tendremos que interpretar los distintos niveles del relato, viendo en qué medida nos habla del cincel velado, pues, en definitiva, todo esto es su creación. Que un evento histórico tan lejano y tan dispar a lo cantado tome esta forma final y perdure en el tiempo, manteniendo la atención del pueblo, no puede deberse a cuestiones arbitrarias. Iremos deteniéndonos en lo que nos llame la atención.

Esta no es la historia de un pecador cualquiera, sino la de un rey que a raíz de su falta traicionó a su reino. Para el hombre medieval este suceso debía ser especialmente relevante, ya que la ocupación musulmana condicionó la historia de su comunidad durante siglos. Por tanto, la decisión de desplazar la causa del conflicto de unas rivalidades políticas a la falta de virtud del rey nos apela especialmente, porque desvela una interpretación de su propia historia muy particular. No es la lucha de poder ni los intereses políticos los que determinan el devenir de la patria, sino la rectitud moral del que la dirige -y no solo del que la dirige, pues el monarca es expresión del siervo. La dinámica de la historia está, entonces, enraizada en la dialéctica entre el pecado y la virtud. Esta no era una sentencia impuesta desde un monasterio alejado del vulgo, sino que formaba parte de la cosmovisión medieval. El destino de nuestra tierra era uno solo con el trascendental.

Hay otro punto transgresor, que es lo más paradójico que encontramos en estos versos. La actitud del oyente, del creador, ante el traidor. Aparentemente, resulta incomprensible que el poema - campo donde el pueblo tiene libertad total para tratar al felón de la forma que desee - termine elevando al Cielo al traidor, al hombre que vendió su tierra, que le condenó al sometimiento durante siglos a los musulmanes, por un amor fugaz. Es emocionante y casi inexplicable viniendo de parte del hombre castellano, orgulloso por antonomasia.

Solo cabe una justificación posible, la empatía que se produjo entre el rey -sus acciones- y los oyentes. De alguna forma le entendían, si no, le habrían despreciado. Así sucede con el Obispo don Oppas, que contribuyó - según el romance - a la traición al situarse a favor de los invasores.

Desconocemos las razones y mucho menos las reales, si es que existieron, de esta ayuda desleal, pero podríamos inferir que venía motivada por cuestiones de interés político. Qué lejano se sentiría el pueblo ante estas motivaciones - venidas, además, de un obispo -, qué desprecio le debía producir. La condena a don Oppas se concreta en encerrarle en unos pocos versos humillantes, sin ofrecerle la posibilidad de explicarse ni arrepentirse.

No sucede así con don Rodrigo, nos debería resultar de algún modo familiar para que nuestro trato hacia él fuera tan dignificante. Todo se transforma, cobra una vida infinita, si comprendemos la metamorfosis del cincel velado, convertido en don Rodrigo. La mirada dignificante no nace de la compasión por un pecador, sino de la profunda identificación de uno mismo con él y es que nosotros mismos le hemos creado, se ha ido modelando a lo largo del tiempo hasta convertirse en un fiel reflejo de nuestra alma. Nada explicaría, si no, la extraña reformulación de este evento histórico

El romance es la historia de un presente y de un anhelo. El presente es la realidad del pecado que encontramos aquí y allá en la aspereza de nuestras vidas. Estamos cansados porque todo parece un círculo, subimos y caemos, perseguimos un aroma que nos seduce y nos despertamos engañados, nuestro corazón late y luego se abate. Rodrigo es aquel pecador lujurioso, engañado por el canto de una sirena, que también soy yo y quién mejor que yo entenderá ese paseo por los ríos de sangre, la subida a lo alto de una loma para ver cuán grande es el daño que he hecho, la huida -como si en la velocidad de la misma, nos desprendiéramos de todo lo horrible que ha brotado en nosotros fruto del pecado.

Pero también es la historia de un anhelo, que es el querer ascender superada la desgracia, porque el pecado es como un escalón maldito que nos lleva a la virtud. Don Rodrigo busca la penitencia - España entera es un país penitente - porque hemos identificado nítidamente cuál ha sido el ardid y queremos deshacernos de él, limpiarnos, devolvernos a nuestro estado de pureza inicial, alcanzar la promesa final - quizás a través de los yermos de Castilla, como hicieran nuestros místicos - del Cielo. Habla nuestra intuición, nuestro conocimiento íntimo forjado más allá de la razón o del sentimiento, fraguado en la experiencia de una vida. Es la penitencia nuestro cayado para el camino que en algún punto levanta el vuelo al más allá, hacia los valles verdes, las sierras azules, el mar infinito.

En conclusión, Rodrigo es Rodrigo y quizás le abucheamos en alto, pero en silencio le hemos mirado como asintiendo, comprendiendo, ¿acaso me es ajeno? Cayó enredado en la seducción, luego se vio solo y lloró. Esa historia la conozco. Quiso levantarse y ya no hablaba el rey, tomó la palabra nuestra vida. Estábamos todos atentos a la espera de ver su final... No, no el suyo, sino el nuestro. Y sucedió que nos arrepentimos tras sentirnos como extraños en nuestra tierra, expulsados del paraíso, hicimos penitencia sincera y ¡llegó el Cielo! Como una promesa de lo que sobrevendrá a nuestra existencia. Se elevó nuestro rey visigodo y con él, todos nosotros, los que vimos al juglar llegar y detuvimos por un instante la vida para escucharle.

*CITAS

[1] Son los romances dedicados a este tema en la antología "Romancero español", de la Ed. Taurus.

[2] Cabe añadir otra aclaración. La suma de estos romances no se presentaba como tal por parte de los juglares, evidentemente, sino que cada uno tuvo su vida independiente. Sin embargo, los analizaré en su conjunto porque todos ellos forman un grupo bastante coherente, se complementan narrativamente y la esencia de uno se ve reflejada en la esencia de los otros.


ANTONIO FRAGUA DOLS