Reseña: Sobre el determinismo

23.06.2021

Jan Łukasiewicz, "Sobre el determinismo", en Estudios de lógica y filosofía, edición y selección a cargo de Alfredo Deaño (Biblioteca de la Revista de Occidente, Madrid, 1975) 20-33.

Todos creemos entender lo que es el tiempo: vivimos en él, lo medimos, lo consumimos - o nos consume - en el ajetreo cotidiano. Su fluir inexorable envuelve nuestra existencia y nos acompaña hasta el abismo de la muerte. Sin embargo, basta con formular una sencilla pregunta - ¿Qué es el tiempo? - para dejar al descubierto las profundidades insondables del misterio. No es de extrañar que su tratamiento haya sido una constante en la historia de la filosofía; la lógica, en particular, ha topado, desde sus orígenes, con el problema de la temporalidad, que parece oponerse a los principios racionales básicos. En su artículo, Jan Lukasiewicz trata de dar respuesta a dicha cuestión mediante la lógica formal y desde una postura contraria al determinismo.

Esta obra vio la luz como una conferencia, pronunciada por el autor en la Universidad de Varsovia, durante el acto de apertura del curso 1922-23. Estos años corresponden al primer tercio del siglo XX, momento de auge de la filosofía analítica. Por eso, no sorprenden las declaraciones que Lukasiewicz, como gran figura de la lógica contemporánea, lleva a cabo en el comienzo de su artículo: Cuando nos acercamos a los grandes sistemas filosóficos de Platón o de Aristóteles, (...) de Kant o de Hegel, con los criterios de precisión establecidos por la lógica matemática, esos sistemas caen en pedazos como si fueran castillos de naipes. Y continúa: La filosofía ha de ser reconstruida desde sus mismos fundamentos; tendría que inspirarse en el método científico y basarse en la nueva lógica. Esa fe fervorosa en la posibilidad de un nuevo paradigma verdadero, esa actitud que podríamos llamar "creacionista", son rasgos característicos de las corrientes filosóficas recién nacidas, que se consideran a sí mismas la primera luz tras toda una historia de tinieblas, por no haberse topado aún con sus propias limitaciones y errores.

Así, Lukasiewicz se enfrenta a la postura determinista (popular en aquel momento de desarrollo científico) empleando sus nuevas "armas filosóficas": mediante la formalización de frases sobre hechos pasados o futuros y la aplicación de reglas lógicas. El determinismo es definido por el autor como aquella creencia según la cual todas las verdades son eternas, en el sentido de que cualquier enunciado, incluso si es referido al futuro, tiene un valor veritativo definido, verdadero o falso. Uno de los principales argumentos deterministas aparece ya en Aristóteles y parte del principio de bivalencia: en conexión con el principio de tercero excluido, se deduce la necesidad de determinación veritativa respecto de una pareja de enunciados contradictorios; es decir, la contradicción entre dos enunciados exige que uno de los dos sea verdadero. Pero, si esto se aplica universalmente, también los hechos futuros poseen en el presente y desde toda la eternidad un determinado valor de verdad. Y entonces, ¿qué lugar queda para la libertad o para el azar?

Partiendo de un ejemplo cotidiano, Lukasiewicz demuestra cómo el determinismo se deduce lógicamente de la aplicación universal del principio de tercero excluido. Tras plantear dos premisas (una alternativa de enunciados temporales mutuamente excluyentes y la conexión entre la verdad de uno de esos enunciados y su realización en el plano "extralógico"), aplica sucesivamente tres reglas de inferencia: de contraposición, de silogismo disyuntivo y de silogismo hipotético. A continuación, el autor expone la solución dada por Aristóteles, que consiste en la indeterminación veritativa respecto de frases sobre hechos futuros contingentes (no son ni verdaderas ni falsas hoy). Pero Lukasiewicz va más lejos, pues no solo rechaza la universalidad del principio de bivalencia, sino también el principio de tercero excluido, postulando la existencia de un tercer valor de verdad "indeterminado".

Llama la atención el brusco cambio de tono en el final de su discurso; parece como si hubiera olvidado que la nueva filosofía que él representa, a diferencia de las especulaciones baldías y fantasiosas precedentes, debe caracterizarse por una claridad, certeza y exactitud absolutas. Y es que Lukasiewicz apela a algo tan poco racional como la fe: ya que los principios lógicos no pueden ser demostrados, el único criterio para su aceptación o rechazo debe ser el grado de evidencia psicológica subjetiva, el poder persuasivo de dichos principios sobre el sujeto pensante. La transformación del autor es tan drástica que incluso emplea terminología filosófica clásica cuando explica que el tercer valor de verdad corresponde a aquellas oraciones que no toman como correlato ontológico el "ser ni el "no-ser", sino la posibilidad, por no existir en el presente la causa del hecho futuro al que hacen referencia.

De esta manera, Lukasiewicz pretende solucionar el problema del determinismo: creando una nueva lógica trivalente, tan revolucionaria como los sistemas no euclídeos respecto de la geometría tradicional. Sin embargo, el autor no da la discusión por cerrada, pues, aunque la refutación de los argumentos deterministas muestra que esta postura no es más razonable que la contraria, la tesis fundamental del determinismo sigue intacta; al final, todo parece reducirse a un insólito "fideísmo lógico". Y, para concluir su artículo, Lukasiewicz enuncia un nuevo postulado, aún más sorprendente. El concepto de "causalidad", hacia el que antes había manifestado sus recelos, le sirve a hora para proponer algo totalmente contraintuitivo: los hechos del pasado solo son reales en el presente si todavía persisten sus efectos.

En definitiva, considero que el rigor filosófico no es uniforme a lo largo de toda la obra: a la aplicación estricta de leyes lógicas le siguen elucubraciones cuanto menos cuestionables. También es dudoso su tratamiento de algunos elementos propios de la tradición filosófica; por ejemplo, la ya mencionada "causalidad" o la eternidad, que parece interpretar en un sentido temporal (como periodo sin principio) atribuible a las realidades contingentes, cuando la eternidad propia de realidades necesarias como la verdad - a la que él se refiere - es más bien una trascendencia respecto del tiempo. En cualquier caso, la obra se adentra en una de las grandes cuestiones de la historia de la filosofía y, con independencia del éxito logrado en esta difícil empresa, es enriquecedor entrar en contacto con las ideas originales y sugerentes de una gran figura del pensamiento como Lukasiewicz.

JAIME ALONSO DE VELASCO DOMÍNGUEZ