Reseña: España cruzada

08/09/2021

El presente comentario literario no es más que una recensión del poema "España cruzada", de Rafael González de Canales Díaz, publicado aquí en Vestigium el pasado mes de julio. El poema consiste en una breve reflexión en verso sobre las penas y glorias del Imperio español.

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Al fondo

El poema se articula en cuatro brazos ligados por el afán de descubrir qué es España. Sigue esta estructura: definición abstracta, materialización histórica, juicio y desenlace trágico. No son compartimentos estancos, pues confluye en todos la idea fundamental, más profunda y verdadera, de la antítesis, el contraste entre lo iluminado y lo oscuro que marca la esencia de España.

La primera estrofa arranca con la síntesis de todo lo que seguirá, "España es barroca". Vemos aquí un rasgo que será frecuente en el poema, que es el uso de palabras polisémicas para dar al mismo tiempo un significado directo, más superficial y otro oculto, más complejo. Efectivamente España es barroca, pues a este movimiento artístico pertenece lo más brillante y universal de todas nuestras letras, la época áurea; pero también es barroca por sus profundos contrastes, de lo alto y lo bajo, lo ideal y lo crudo, es una conjunción impresa en nosotros "de luces y sombras". Luces, por las grandes conquistas en la tierra y al cielo. Sombras, por la ignorancia, la altivez y el pecado.

El espíritu guerrero no es exclusivo de la Península, todo pueblo ha tenido sus batallas que formarán parte de su identidad, pero nosotros las hicimos canción, "canción de batalla" y su melodía resuena en nuestro ser. Miramos las hazañas con perspectiva desde el presente y se convierten en un pasado anhelado. Nos empujan con el deseo de querer volver, emularlo, estar a la altura de lo grandes que fuimos una vez. Canto de sirena, bello, del que nace una melancolía trágica. Ese sentimiento recorrerá nuestra sangre para siempre, pero no en solitario, le acompaña la gravedad imperenne "de la fe y las obras", gravedad propia del que tiene altos ideales. No es nuestra la fe, nada más universal, sin embargo, mientras que en Europa se abrían paso al deslumbrante renacer clásico, comenzando un largo viaje a la deriva hacia la Razón, ¿cuál fue el ancla que echaron nuestros monarcas? La fe.

La segunda estrofa abandona el terreno de lo teórico para materializar lo dicho en tres puntos de nuestra Historia. Lo hace el poeta con el talento natural del que sabe escoger las palabras acertadas a través de las cuales, diciendo lo justo, nuestra mente establece las más variadas relaciones. "Espada colada", segunda espada del Cid campeador, personaje histórico y literario, más lo segundo que lo primero para lo que nos interesa. Con este verso empieza a resonar lo épico. Ruy Díaz de Vivar, nacido de las entrañas de Castilla, héroe, proyección de las aspiraciones del hombre medieval. Guerrero de la Patria y de Dios, ejemplo de honor y fe. Retratados están también estos valores en la "cruz roja" de la orden de Santiago y los "caminos cruzados". La defensa de la Cristiandad como motor de Castilla durante siglos. Pero estos caminos están teñidos "de negro y de rosa", de nuevo la antítesis de lo oscuro y lo dulce. Lo absurdo, negro, injusto, mezclados con la canción y la oda.

Así lo repite en la tercera estrofa. El poeta refuerza el vínculo entre España y lo absurdo, arrojando claridad a toda la pieza. Como dijimos, ahora llega el juicio; y la alusión a las "hambres y odas", ¿cómo no nos recordará a Max Estrella? ¿Cuál ha sido el golpe seco, implacable y persistente que nos ha acompañado a lo largo de nuestra Historia? La crisis, el hambre ¿Cuál ha sido nuestra respuesta? ¿Cuál es la de Max Estrella y la de su séquito de modernistas? La oda.

Con esto, Rafael nos lleva a la imagen más profunda y poética del poema, "misión de lucero, por alma de botas". Misión, palabra polisémica. España es tierra de misioneros que se dirigieron a cada rincón del globo, bien hacia Asia, bien hacia América. Pero también de guerreros, el español ​de tres al cuarto​, en un punto de su madurez, tiene la revelación íntima de su misión, más frecuentemente como caballero que como fraile. A partir de ese momento su existencia es plena. Es un pacto místico el que alcanza, pues tiene por meta un lucero; inasible, perseguido eternamente. Y es en el gerundio de esta acción persecutoria donde encuentra la plenitud.

Cruzando el atlántico, con un destino intangible, expectantes los marineros por ver las Indias, el español se convirtió en lo que es, habitante del espacio intermedio, trágico, entre el gerundio y el participio, entre el ​persiguiendo el lucero y el ​haberlo encontrado​. El sueño culmina en la realidad, pero una vez despiertos queremos volver al sueño. Una vez vista la tierra de San Salvador, embargado el espíritu del torrente de Vida, el español necesita retornar al mar, donde la meta vuelve a estar teñida del erotismo de lo que aún no ha sido desvelado y así el ánimo permanece atento, infatigable por no fracasar en su misión, vivo. Esto, tan de lo divino, no se puede separar de la tierra, pues somos "almas de botas", peregrinos inquietos, caminantes incapaces de asentarse. Son botas las que llevamos puestas, no calzado de nobles, pues nuestras conquistas se mezclan con el polvo y el barro.

El camino melancólico que antes señalamos lleva a parar a la tragedia, a las "espuelas oxidadas". Son espuelas, pues nunca abandonaremos aquello que nos llevó a la gloria, son memoria de nuestras hazañas al galope; pero el sentimiento trágico nos sorprende al caer en la cuenta de que están oxidadas. Son inútiles, pertenecen a un pasado irrecuperable, desde el presente las observamos con nostalgia pero cuanto más las queremos traer al hoy, más se confunden con el canto de sirena. Desde este momento el pesimismo se unirá a nosotros como compañero de viaje, la realidad no se asemeja a las tierras vírgenes por descubrir, al pacífico insondable, no nos presenta unas tierras por reconquistar, ni un imperio por dominar, la realidad no está escrita en octosílabos.

De esta manera, cae "abatida en la fosa". Solo se abate aquello que una vez estuvo vivo, palpitante, que fue gloria y cuando cae a lo oscuro y a la nada de esa fosa, lo hace con mayor estrépito, desgracia y violencia, pues está empujado por todo el peso del pasado de tantos corteses y quijotes, juanes y teresas, carlos y felipes, góngoras y quevedos. Para que, muerto, solo quede lo más esencial, lo que está presente en toda nuestra realidad hispana, lo irreductible: el calor del espíritu de un pueblo. Consumada la última expiración, se "funde con lágrimas rotas". Nostalgia vuelta en pesar, idealismo en desengaño, rosa en negro, luz en sombras; y sin embargo, sea cual fuere el final, el calor de nuestra España seguirá latente, a la espera de encontrar nuevos moldes en los que descansar esas lágrimas de una alma inevitablemente desencajada.

A la forma

España cruzada parece estar escrita con la misma espontaneidad y ligereza con la que el autor crea ​El viaje neocífico de Dalí,​ pero en esta ocasión no sacrifica la claridad del concepto en favor de la musicalidad, sino que se da una feliz comunión de la gravedad y el ritmo. Y es que, en verdad, el poema es fruto de una labor pausada y meditada, en la que selecciona las palabras adecuadas para abrirnos al universo semántico que le interesa a cada momento, sin perder la coherencia.

La forma poética es original, extraña - hasta donde alcanzo a saber - a la tradición castellana. Son metros cortos, alternando generalmente entre el pentasílabo y el hexasílabo, que le dan una gran ligereza al verso, llegando casi a precipitar la lectura. De aquí sale una nota peculiarisima del texto, pues a través de una silabificación propia de temas bajos y fáciles, aborda un asunto complejo e inabarcable. No encontramos una disonancia entre la forma métrica y el contenido, ¿será quizás porque nuestro ánimo inquieto tiende más al arte menor?

La rima es asonante, 'oa', siguiendo el mismo patrón a lo largo de las estrofas: - a - a. Hay una mayor solidez formal que en el resto de poemas de sus Líricas​, mostrando el artista los primeros conatos de su "voz interior". Pero el ritmo no se limita al uso de la rima, pues al leer detenidamente las líneas notamos una disposición musical simétrica en todas las estrofas que consiste en pausar la entonación a la mitad, con una coma, y continuar con los dos siguientes versos a modo de cierre, creando una especie de vaivén lírico.

No podemos cerrar este breve estudio de la técnica sin hacer referencia al ingenioso uso de la anáfora ​(​España, espada, España, espuela)​. La primera impresión que nos llevamos de unidad poética es gracias a este recurso, que está vinculado con el propósito más evidente de la pieza: hablar de España, y de nada más. Los otros recursos más notables son la antítesis y los símbolos.

Cierre

Concluyo este comentario sin mucho más que decir sobre la gran calidad del poema que, en mi opinión, queda patente. Espero que mi orgullo y amistad hacia Rafael González de Canales no haya hecho parecer desmedida mi valoración a ojos del lector, sino que él mismo haya sido testigo de la delicadeza en la técnica y la elección de cada palabra con la que nos adentra en uno de los terrenos más emocionantes e intrincados: ¿qué es España? O, en definitiva, ¿quiénes somos?

ANTONIO FRAGUA DOLS