Reflexiones sobre el Derecho en torno a Critón

07.03.2022

Queremos viajar, leer, descansar. Queremos tener amigos, familia, trabajo. Ser felices, disfrutar, triunfar. Para ello tenemos que tomar decisiones. Analizamos nuestra situación y desde donde estamos decidimos qué paso dar, en qué dirección andar. Escogemos unas opciones, y necesariamente descartamos otras. Es humano el decidir, y es la herramienta natural que tenemos para cumplir nuestros objetivos, racionales o no. Pero cada una de estas decisiones tiene consecuencias. Unas buenas, otras malas.

Al ser humano el gusta la libertad. Pero, ¿y la responsabilidad? El hombre es libre de actuar. Pero de su arbitrio no pueden depender las consecuencias de sus actos de manera individualizada y posterior. Quien se muda definitivamente de ciudad no puede ser de una ciudad y de otra, de los pros de cada una y de los contras de ninguna. Luego, como primer punto, el hombre ha de elegir lo que estima bueno conociendo la existencia de un precio.

Segundo punto. No jugamos solos. Las decisiones de los unos influyen necesariamente en los otros, en sus puntos de salida y en las consecuencias de sus actos. Todos tomamos decisiones en tutela de nuestros intereses, y el precio de esa tutela a menudo impide la realización de los intereses de los demás. Pero de forma natural: el hombre no tiene información suficiente para tomar la decisión perfecta, esto es, aquella que permita la realización simultánea de los intereses de toda la sociedad. Por tanto, es natural el conflicto.

Sentado lo anterior, hemos de buscar un orden que permita la resolución coherente de los conflictos. La ley del más fuerte fue siempre la primera opción, y sería interesante discutir sobre el estado de naturaleza, sus problemas, y la necesidad de un pacto jurídico-social. Sin embargo, estamos con Platón, idealista (y anterior), que concienciado con el mismo problema, animaba a buscar un rey filósofo, un aquel que desde el conocimiento de la Idea de Bien pudiera servir a la sociedad como el entrenador experto aconseja al gimnasta. Pero nos encontramos ante una utopía: si bien la idea de Bien puede existir, desde luego no es perfectamente cognoscible. La sociedad, por tanto, debe de conformarse con buscarla.

Para ello inventa el Derecho: un conjunto de normas que, en constante y natural evolución, buscan dar respuesta a los eventuales problemas que surgen en sociedad. Parte de una intuición - que no conocimiento pleno - de lo que es justo, y trata de cristalizarlo en normas generales que han de ser aplicadas con posterioridad a los conflictos para su resolución.

El Derecho, como consecuencia de esta evolución, para ser justo, ha de ser viejo. El Derecho es un producto social que se nutre de la experiencia. La Ley, descrita desde un punto de vista material, es el mandato que trata de cristalizar el vínculo que ordena un conjunto hacia su propio bien. Es un vínculo, pues todo participante del conjunto comparte una ligera intuición de lo que es justo, correcto o moral. Ese conocimiento intuitivo de la idea de Bien, que luego tanto se diversificará en el intento de su concreción, tiene como positiva consecuencia que siempre se trabaja sobre una misma base. Las sociedades, ante los problemas inmortales, poco a poco irán conociendo la casuística que les permitirá perfilar de forma más precisa esa idea de Bien, esa noción intuitiva de justicia. Harán más trasparente el cristal a través del cual observar aquella idea, desarrollando un Derecho que, por viejo, sabrá dar soluciones más eficaces a los conflictos humanos.

Pero la sociedad debe velar por que el Derecho siga una evolución recta, y para ello lo ha de revestir de una serie de características necesarias para ese fin. Por su relación con Critón, me voy a centrar en dos: mutabilidad limitada y superioridad jerárquica.

En primer lugar, la sociedad debe limitar la mutabilidad del Derecho. Por un lado, preguntándose quién tiene la legitimidad para dirigir las respectivas mutaciones. Por otro, garantizando que las diferentes normas tienen la oportunidad de probar su adecuación a la justicia. Respecto de lo primero, inspirándose en el rey filósofo de Platón y su comparación con el entrenador del gimnasta, solo aquellos más aptos - por prudentes y doctos en el recorrido histórico del Derecho - deben de tener la potestad del cambio. Respecto de lo segundo, sólo con el tiempo suficiente cabe determinarse si una norma es justa, pues es así como se pueden analizar con claridad y perspectiva los diferentes efectos que una norma tiene.

Incumplir estas garantías derivaría en demagogia, con líderes dóciles ante una masa desinformada y especialmente sensible ante casos polémico-mediáticos concretos y potencialmente poco representativos del conjunto. Y la demagogia, agitada, interesada e irreflexiva, impediría el avance del Derecho en su búsqueda de la Justicia. ¿Qué se puede  esperar de una sociedad cuyas normas vienen determinadas por los aspavientos de mediocres que se mueven con la dirección del viento y que no tienen la formación técnica necesaria para tutelar los intereses de sus gobernados? Sócrates lo tiene claro: "En fin, si lo que se mejora por medio de lo sano y se destruye por lo enfermo, lo destruimos por obedecer la opinión de los que no entienden, ¿nos es posible vivir una vez destruido eso?".

En segundo lugar, la sociedad debe estar sometida al Derecho. Las implicaciones de este principio son muy sencillas: evitar la anarquía y poder buscar la Justicia. La anarquía sería dar un paso atrás en el desarrollo social. Ya hemos explicado cómo el conflicto es natural, y la destrucción de un orden con pretensión resolutiva solo perpetuaría los conflictos egoístas regidos bajo la ley del más fuerte. Pero más importante es la segunda implicación: el no sometimiento al Derecho, el no quedar obligado a acatar las normas y sentencias, impediría ver los efectos del mismo. No veríamos sus errores, pero tampoco sus aciertos, y quedaría inutilizada la búsqueda de la justicia. Los conflictos quedarían sin solución, pues siempre habrá una parte perjudicada por la resolución que tendrá la opción de no acatar sus dictados. ¿Qué decíamos antes de la libertad y su precio? ¿Queremos ser libres? Entonces hemos de ser responsables y aceptar las consecuencias de nuestros actos.

Especial hincapié también en este aspecto: el Derecho ha de tener poder coercitivo, ha de poder ejecutar sus dictados. Pero eso no es sinónimo de imposición, sino que el individuo, con su habitación en un determinado territorio, acepta más o menos libremente las reglas del juego. El diálogo ficticio de Sócrates con "las leyes" es muy representativo cuando señala lo siguiente sobre las implicaciones de incumplir una sentencia: "Pues no violas otra cosa, dirían, sino los pactos y los acuerdos que con nosotras mismas hiciste, no por necesidad ni habiendo sido engañado ni obligado a decidir en poco tiempo, sino en setenta años, en los que te fue posible ir a otro lugar, si no te agradábamos o no te parecían justos los acuerdos".

¿Cometer la injusticia o padecerla?

Hasta ahora hemos reflexionado sobre la necesidad de una sociedad paciente que, en busca de la Justicia, desarrolle un Derecho de la mano de personas doctas, que tenga una superioridad jerárquica con fuerza ejecutiva que le permita ser eficaz. Esa búsqueda, insisto que paciente, tendrá como contrapartida una consecuencia inevitable: la eventual injusticia. 

A día de hoy, el principio enunciado sobre mutabilidad limitada del Derecho se encuentra en la cima de un conjunto enorme de auténticas instituciones de Derecho: el principio de separación de poderes, las duras oposiciones a Jueces y Magistrados, el completo sistema de recursos, los procedimientos formales para la elaboración de normas... Y no vamos a entrar a describir su también enorme poder coercitivo. Pero sigue siendo posible el error, pues la Justicia sigue siendo objeto de discusión y la ley del más fuerte no puede ser de mayor actualidad.

¿Qué hacer, pues, cuando como consecuencia de una actividad noble o inocente se vea el individuo amenazado por la injusticia? La respuesta no se va a desviar de Sócrates ni de lo hasta ahora expuesto: el individuo, en mi opinión, debe de apostar por la paciencia, aceptar la naturaleza del Derecho como producto social en evolución y confiar en que el ejemplo de su injusticia sirva para hacer las ideas de Bien y de Justicia más accesibles a la sociedad.

JOSÉ MIGUEL ALCOLEA UTRERA