Los Cuatro Amores: lo divino en lo humano

21.01.2021

Brevedad, subjetivismo, temática libre, divulgación y, como no, la rúbrica policromática de de un artista que plasma de manera singular un ensayo de referencia. Los cuatro amores, de C.S. Lewis, conjuga las más altas exigencias de un ensayo antropológico, filosófico y, me atrevería decir, teológico bajo la tutela del componente divulgativo. Cubre con una sencilla paleta una amplia gama de valores comunes a todo centro de lo humano.

Publicado en 1960, tres años antes de su fallecimiento, el autor reconoce haber tenido problemas a la hora de enfocar ciertos aspectos del contenido. Partiendo de que está hablando del amor, ¿cómo no encontrarnos con dudas y sospechas ante tan gran misterio? Su vida y obra pueden avalar el valor de estas páginas y garantizar la calidad de su contenido. Es por esto por lo que esta obra consagra brillantemente la vida de un gran pensador contemporáneo.

Más allá de lo anecdótico, la obra se detiene en desarrollar un análisis del amor con un gran componente humano. Cabe destacar sus numerosas analogías y ejemplos de las situaciones cotidianas así como otras referencias literarias del mundo anglosajón. Comunica con un lenguaje cercano y accesible, que nos permite llegar sin rodeos al fondo de las cuestiones. Hay que advertir el ineludible enfoque cristiano que permite alumbrar con la fe toda laguna de la razón. El propio texto tiene su alfa y omega en Cristo como Señor del amor con el que se identifica a la manera de San Juan.

En cuanto al contenido, Lewis establece la primera y principal diferencia en el amor-necesidad y el amor-dádiva. El primero se identifica con la sed de amor, mientras que el segundo, con la donación gratuita. La segunda, traza la disparidad entre una cercanía a Dios de semejanza y de proximidad. Estas premisas marcan el ritmo por el que transcurren los distintos amores que encontramos. Es esencial discernir entre esa semejanza divina que tiene el hombre como obra de Dios y su conexión carnal con el mundo animal. Tras una explicación más genérica, nos adentramos en la delimitación de cada uno de los amores: afecto, amistad, eros y caridad. En ellos encontramos la belleza del amor en sus distintas manifestaciones. Y es aquí donde la obra de Lewis cobra color.

  • Afecto

El afecto es presentado como el más instintivo de los amores. Es un amor ajeno a las barreras de la edad, el sexo, educación e incluso, la propia especie. Por un lado, supone esa capacidad de amor-necesidad propia de atender al necesitado desde lo profundamente innato. Un ejemplo apropiado sería las palabras infantiles dirigidas a un bebé o un cachorro. Esos mimos serían algo propio, adaptado a dichas características. Existen otras variantes entre adultos que gozan de confianza, discreción y pudor. Aparecen también en el mundo del eros que tiñen de dulzura la relación. Por otro lado, su parte de amor-dádiva está relacionada con el instinto maternal de esas madres que dan a sus hijos un afecto especial que puede mutar en un atropello protector e incesante.

En definitiva, este amor es una garantía de los amores que veremos. Forma parte de la humanidad que necesita tocar, atender y expresarse con sencillez y cercanía, pero a un nivel bajo por su espontaneidad.

  • Amistad

Este amor ha sido el más despreciado en la modernidad por su carácter innecesario y por su desconocimiento intrínseco. Se trata de un amor ajeno a lo instintivo o biológico que es elevado por el autor a esa espiritualidad que nos asemeja a los dioses. La amistad se opone también al colectivismo que vendría a estar vinculado al mero compañerismo. Por el contrario, la amistad tiene un esencial componente selectivo y, al mismo tiempo, abierto al descubrimiento de un interés común. Se dice que los grandes movimientos artísticos y culturales fueron impulsados por un grupo de amigos. Estas personas entremezclarán sus intereses y personalidades de tal manera que todos tengan algo del otro y, en consecuencia, todos ganen. Por este motivo, cuanto más grande sea el grupo de amigos, mayor será el potencial de la amistad y mayor riqueza podrá acumular. Este tipo de amor está relacionado con el afecto según lo dicho.

Podemos decir que ese carácter innecesario de la amistad aporta un componente cualitativo a la vida de las personas. Se requiere compartir una visión común, una actividad u otra conexión centrada en una verdad convergente. De ahí cobra color una imagen de confianza, respeto y admiración.

  • Eros

Lewis introduce el componente venus como el instinto sexual que puede encontrarse con el eros o sin él. Es importante entender que aparece entre personas enamoradas y, por lo tanto, de distinto sexo. El eros supone el deseo del bien de la amada como fin en sí misma. Por ello que el eros se encuentre en la relación con una persona concreta. No valdría con cualquiera, ni siquiera con uno mismo. De otro modo deberíamos hablar de mera sexualidad desligada del encuentro y donación con la otra persona. No obstante, la idolatría de venus nos llevaría al pozo de la destrucción del eros para lo que la sexualidad queda destinada. De ahí que la preocupación por el eros disminuye el mero apetito y habilita la debida abstinencia.

En otros aspectos, el componente venus es inconstante y no merece una solemnización que lo sitúe en el centro de la relación, sin menospreciar el valor sacro del acto sexual. Así como no se requiere de un manual para comer un plato de lentejas, tampoco se busca la absolutización de venus que, como ya he dicho, queda al servicio del eros.

Recurriendo a la fe cristiana, Lewis emplea la analogía del matrimonio entre Cristo y su Iglesia, por el que la entrega de Él es total hasta dar la vida por ella. Habla de la crucifixión, cuya esposa recibe más de lo que puede llegar a dar. La caridad definirá con claridad el sentido último del eros.

  • Caridad

La grandeza de los amores está en la caridad. Todos los amores naturales son elevados cuando Dios goza de la potestad del corazón. Podemos hablar de que la humillación lleva a lo más alto porque Dios no viene para quitar, sino a esculpir nuestro David que se encuentra dentro de nuestro bloque de mármol. Así, la conversión nace de la humillación y la destrucción del hombre viejo. La caridad conlleva de por sí apertura, riesgo y negación tanto con Dios (amor-necesidad) como con el prójimo. Dios establece los cauces por los que se tornan celestiales estos amores naturales según su ley. Por el contrario, si divinizáramos otros amores serían entonces nuestros dioses o, mejor dicho, nuestros demonios.

Aquí, al final del camino, se encuentran la tonalidad de lo humano y lo divino, donde Dios es la fuente de la contemplación y el árbol de la vida que, a diferencia del daltonismo terrenal, eleva todo a los nuevos colores invisibles de la gracia que emanan del prisma óptico de luz: lo que era blanco es ahora cúspide de Ararat.

Como última reflexión personal, encuentro reflejada en la obra una visión personal y profunda de la vida de Lewis más allá de la ensayística y del gusto por lo humano. Si como cristianos creemos que hemos sido creados para el Amor, ¿No deberíamos buscar incesantemente soluciones prácticas ante tan gran problema? En definitiva, la vida parece más sencilla cuando vivimos para los demás. El resto viene de añadidura.

RAFAEL GONZÁLEZ DE CANALES DÍAZ