La lista de las tentaciones

22.02.2020

Un relato de Rafael González de Canales Díaz

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22-11-1999

Parecía que sería un día más. Podría ser hoy el día en el que dejase de escribir... De todas formas, el tiempo ya corría descalzo y las clases iban a comenzar.

Esperaba una respuesta a mi llamado. Ayer intenté disimularlo, pero no lo conseguí. Su risa me parecía insoportable y el clima no atenuó las consecuencias de mi respuesta. Fue un día desastroso frente a todo pronóstico. Había cumplido con los horarios establecidos, había ayudado en lo que podía e, incluso, me apresuré para no hacerle esperar, pero todo eso fue en balde.

Llegada la noche, no me quedó más remedio que despedirme de él. Todo este tiempo esperando para nada.

22-12-1999

Aún desilusionado por el último encuentro. ¿Cómo es que hay personas que nunca cambian? Me resulta muy complicado poder escucharle. Es como si no me dejase hablar, aunque, después de todo, tampoco es que tuviera muchas ganas de seguir contándole mis penas.

En la comida me siguió comentando sus planes para navidad. Dice que sueña con escaparse a Venecia y con sumergirse entre las naves de Il Duomo pese a que le insistiera en que el agua corre por los canales y no por el interior del edificio ¡menudo personaje!

Al final del día me sugirió que me cambiase de corbata porque si quería seguir colaborando, iba a necesitar un cambio de imagen. ¿Pero quién se cree? Tanto tiempo fuera le está volviendo loco.

22-01-2000

Hoy apareció de madrugada. Venía con prisas y bien calzado. Traía consigo una carpeta, un bolígrafo y una corbata de colorines. No me dejó ni saludarle. Me tomó por los hombros y  comenzó a decirme que tenía que darme prisa con el tema de la corbata. ¿Pero qué? Resulta que la Comisión veneciana no estaba del todo contenta con los resultados y debíamos comenzar por el cambio de imagen cuanto antes.

Una vez cambiado y dispuesto, le escuché atentamente intentando olvidar lo sucedido. Se apresuró para abrir la carpeta y sacar de ella un folio. Me dijo que era de vital importancia que nadie lo encontrase. Debía permanecer todo en secreto. Lo único que me explicó es que debería comenzar a escribir en ese papel y que la próxima vez me daría otro para que continuase. Solo me surgió una duda: ¿escribir el qué?

Todo terminó enseguida. Dijo que le esperase fuera y que no podría ni quedarse a almorzar. No me pude ni imaginar que habría hecho en navidad ¿Es que ha perdido la cabeza? Parece que la maldita Comisión le está causando graves problemas.

Antes de despedirse me susurró una frase: "escribe solo de lo que has visto y oído". Lo único que se me ocurre es dejar de escribir estas crónicas. Eso sí lo dejaré de hacer algún día.

Por cierto, se me ha olvidado comentar que el bolígrafo me lo entregó como "símbolo de la fidelidad" como él dijo. Es posible que a estas alturas se me haya olvidado el significado de esas palabras o puede más bien que nunca tuvieran uno.

22-02-2000

El día de antes dejé todo dispuesto. Había escrito todo lo que creía conveniente según sus indicaciones. ¿Estará bien? ¿Estará conforme?

Me impacienté bastante aquella mañana. Llegó un poco más tarde de lo habitual. Vestía con zapatos grises y calcetines granates. Su rostro vestía de la misma manera. Sin más dilación, me tomó de las manos el folio y tras observarlo detenidamente me dio su aprobación. "¿Aún no has visto la importancia de esto?" me preguntó entusiasmado. Me sorprendió su... ¿afirmación? "Tienes que continuar escribiendo. Todo lo que conoces solo lo conoces tú. Si dejases de escribir todo en lo que creo dejaría de existir, ¿te das cuenta? Solo tú puedes mantener a la Comisión viva. No lo olvides".

Después de una absurda conversación donde él me hablaba de cosas que yo no conocía y yo le respondía con cosas que pudiera conocer, me alertó de la tentación de dejarlo. Me dijo que él ya pasó por lo mismo y que gracias a su constancia consiguió "la inmortalidad" del hombre que ha cumplido con su deber. Para él la muerte estaba en los libros, era parte de su pasado. ¿Cuántas veces habrá muerto este hombre? 

Cuando la luna se llenó de luz fue cuando tuvo que despedirme. Mi afecto hacia él iba creciendo porque al menos me tomaba cada vez más en serio. Me estrechó la mano y soltó otra de sus misteriosas declaraciones: "Puede que sea la hora de decir que ya es la hora. Mañana saldré hacia Venecia de nuevo y no creo que falte mucho para demostrarles lo que vales. No sueltes el bolígrafo ni la corbata. Hasta la próxima" y me entregó otro folio.

Así terminó el día.

22-03-2000

No pude encontrar mis zapatos elegantes. Podría ser que me los haya dejado en algún lugar de la casa... Como la última vez, dejé todo hecho según sus exigencias. Estaba listo para un día de encuentro.

Quedamos donde siempre, en el parque frente al Edificio Central. Cuando me vio se fijó en primer lugar en mis zapatos hasta que vislumbró el folio en mi mano. "¡Una nueva lista!" exclamó entusiasmado mientras alargaba el brazo para alcanzarla. Se detuvo y leyó. "Todo en orden según lo previsto".

Puede que no sorprendiera porque tampoco sabía si todo lo que había visto y oído era todo lo que él quería que viera u oyese. "Tenemos que ir a celebrarlo, ¿alguna recomendación?". Le sugerí un bar-cafetería que se encontraba dentro de aquel edificio que nos abrazaba.

Tras tomar algo rápido, comenzamos la parte interesante de la conversación: su viaje a Venecia. Al parecer le habían informado de que mi trabajo era excelente y de que era posible que me reservaran una "plaza eterna" debido al buen cumplimiento de mis deberes. Todo me resultó raro, pero ya me había acostumbrado a escuchar sus cosas de las que me daba miedo preguntar. Todo terminó con la entrega del que sería mi último folio y con una mirada de despedida.

Se fue con prisas antes de que llegara la tarde.

22-04-2000

Este último encuentro me inquietó bastante. Una vez más preparé el folio, la corbata, el bolígrafo y los zapatos. El tiempo caminaba con botas pesadas. Cada segundo resultaba ser más de un minuto, pero menos de una hora. Ya faltaba poco para que llegase hasta que le vi llegar. Me sorprendió verle vestido con un traje blanco ¿es que ahora es camarero? Traía consigo una sonrisa radiante. Me estrechó la mano y sin decir nada tomo el último folio y lo guardó en su carpeta. Sus primeras palabras fueron "Ya puedes dejarlo. Has pasado la prueba y es hora de que camines descalzo. Ahora vivirás más allá de tus folios. Todo lo que has visto y oído permanecerá en la historia de la muerte".

Me quedé absorto al escuchar lo que dijo. Parecía una broma pesada. ¿Qué quería decir? ¿Estaba loco de remate? Me limité a escucharle hasta que terminó. Le pregunté por todo el significado de aquello. Me respondió literalmente: "La persistencia de la memoria traspasa la delicada mortalidad de nuestras vidas". Si antes no entendía nada ahora menos. Como este era el último encuentro, supuse que aprovecharía para decir aún más locuras.

Poco más añadió. Parecía orgulloso de que hubiera conseguido aquello con lo que tanto soñaba desde que me conoció. Se despidió antes de que acabara la mañana.

Puede que esta sea la última parte de la lista. Al fin vencí la tentación como él me dijo. Tal vez eso signifique que no tenga que escribir más...

Después de todo, mi vida no parece haber cambiado pese a permanecer en la memoria de las listas de aquellos hombres que traspasaron el espacio y el tiempo, elevándose descalzos sobre la muerte de aquellos que no recuerdan ni por qué vivieron.

Aquí es donde lo dejé todo.