La ética de Spinoza

11/30/2021

Comentario de La ética demostrada según el orden geométrico

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En su obra El ser y los filósofos, Etienne Gilson reprocha a gran parte de los autores de la historia de la filosofía el olvido de la noción de ser como actus essendi: siguiendo la senda esencialista marcada por Suárez, tanto Descartes como Spinoza considerarán- de forma más o menos explícita- la relación entre esencia y existencia como mera distinción de razón. Y esto no es indiferente respecto de la estructura global de sus planteamientos filosóficos, sino que dejará hondas huellas en su comprensión de Dios, el alma y el mundo. En el mismo libro, Gilson relaciona a Spinoza con el averroísmo sustancialista, que concibe la realidad como la eternidad estática de lo que es, donde, incluso el movimiento tomado como un todo, es inmovilismo inteligible. En efecto, aquella realidad que se reduce a lo que es, al contenido esencial, no deja espacio para un dinamismo que sea real en cuanto tal, ni mucho menos permite algo así como la libertad, cuya esencia - como bien ha recordado Leonardo Polo - consiste precisamente en la ausencia de una esencia como constitutivo real determinante de sus actos, en la indeterminación radical respecto de los datos cognoscitivos que la informan.

No es una coincidencia que Spinoza precisamente rechace la existencia de la libertad y conciba todo cuanto existe como parte una única sustancia plenamente determinada, como fragmento de la pura necesidad: no cabe nada más en el mundo espinosista, porque se trata del interior de una inmensa sustancia en su componente inteligible (de una forma). No en vano Spinoza se dedicó a construir lentes: en su Ética, lleva a cabo un examen detallado del contenido esencial de una sustancia definida como infinita, cual si fuera una célula situada bajo el objetivo de un microscopio, con la ventaja de que su objeto de estudio no tiene ni el más mínimo atisbo de movimiento, de imprevisibilidad, de vida, como elementos intrínsecos constitutivos de lo que es. Podría replicarse que la filosofía espinosista contiene un dinamismo innegable, que articula todo el obrar humano: el deseo. Spinoza afirma que "el deseo es la misma esencia del hombre, esto es, el conato con el que el hombre se esfuerza en perseverar en su ser". Así, parece que la necesidad y predeterminación absoluta de todos los sucesos es perfectamente compatible con su carácter de sucesos, con su consistencia operativa actual. Es más: la mención a la perseverancia en el ser como objetivo implícito de todo obrar humano parece una prefiguración del darwinismo moderno, que cifra toda la realidad biológica en la lucha de supervivencia de las especies o incluso de corrientes vitalistas como la de Nietzsche ¿Acaso hay algo más alejado de una doctrina especulativa abstracta?

Sin embargo, una observación atenta de las tesis espinosistas revelará que el fundamento de la realidad que de ella se desprende es la antítesis del dinamismo, por ser la antítesis de la actualidad. En efecto, el deseo consiste en una tendencia hacia otra realidad, en una inclinación hacia la posesión de algo; por tanto, la satisfacción completa de una tendencia, la posesión actual plena de aquello que se deseaba, supone la desaparición de dicha tendencia, porque lo que se deseaba ya se posee. Puede intuirse aquí el carácter en cierto modo potencial de la voluntad respecto del acto posesivo de lo deseado. Esto se aprecia con mayor claridad cuando Spinoza afirma lo siguiente: "por virtud y potencia entiendo lo mismo; es decir, la virtud, en cuanto que se refiere al hombre, es la misma esencia o naturaleza del hombre, en cuanto que tiene la potestad de hacer ciertas cosas que se pueden entender por las solas leyes de su propia naturaleza". Así, lo radical en el hombre no es ya el acto, sino la capacidad, la potencia. Spinoza deja la puerta abierta a una concepción de la libertad como la de Sartre: dado que la esencia del hombre consiste en una pura capacidad, en nada se distingue de la nada y todo acto supone la destrucción de lo que ella era, por la vía de su determinación. En definitiva, aunque el deseo evoque movimiento y energía, posee más realidad actual un ser que es en acto, con consistencia y estabilidad ontológica, que un ser cuyo ser se reduce al deseo de seguir siendo.  

La pérdida de la actualidad existencial sigue haciendo estragos en la dimensión social de la Ética espinosista. Afirma Spinoza que "nada hay, pues, más útil para el hombre que el hombre; nada, digo, pueden los hombres desear más valioso para conservar su ser, que el que todos concuerden en todo, de suerte que las almas y los cuerpos de todos formen como una sola alma y un solo cuerpo, y que todos se esfuercen, a la vez, cuanto pueden, en conservar su ser y que todos a la vez busquen para sí mismos la utilidad común a todos ellos." Por otro lado, Spinoza define el bien como "aquello que sabemos con certeza que nos es útil"; se trata, por tanto, de una visión utilitarista y subjetivista, para la cual no hay bien ontológico, sino solo relativo al beneficio humano: únicamente hay "bienes para". El único bien en sí mismo, en relación con el hombre, es la permanencia en el ser: el bien es así algo que no trasciende la temporalidad, que no es eterno; de hecho, el bien en sí mismo no es más que la temporalidad en tanto que incluye al yo: es un tiempo "donde" todavía soy. Sin embargo, sí que hay un cierto intento de trascendencia, en tanto que la permanencia supone cierta continuidad a través de la discontinuidad y sucesión del tiempo. Así es la eternidad secular: no consiste en un acto intensional pleno, sino en la extensión o despliegue de una capacidad de permanencia en el ser a través de lo sucesivo. En el fondo, asistimos al intento de la esencialidad abstracta de conquistar la actualidad existencial; lo propio de la sustancia, su ser lo que es, se intenta elevar al plano de la existencia. Presenciamos la lucha desesperada e inútil de la capacidad para convertirse en realidad, pues la permanencia en el ser de aquello que es mero deseo de permanecer, no es ser en absoluto; en todo caso, puede tratarse tan solo de la permanencia de lo esencial, de lo puramente abstracto, de la posibilidad.

Por tanto, no queda apenas rastro de la noción de ser como acto. En la escolástica heredera de Aristóteles, el bien para el hombre es lo que perfecciona su naturaleza; pero esa perfección es actualización en el plano operativo de la actualidad formal. Tampoco el hábito, que es una capacidad de realizar ciertos actos, consiste en mera potencialidad, sino que descansa en la actualidad de la forma en tanto que delimita la materia y la orienta a ciertos fines. Por eso, el bien de los seres aristotélicos, en contraposición con la sustancia infinita espinosiana, no es el mero despliegue extensional, temporal, la simple permanencia, sino el despliegue intensional: la realización de las operaciones más altas según su naturaleza. En cambio, Spinoza considera que "el conocimiento del bien y del mal no es otra cosa que el afecto de alegría o de tristeza, en cuanto que somos conscientes de él. Llamamos bueno o malo a lo que ayuda o estorba, esto es, aumenta o disminuye, favorece o reprime nuestra potencia de obrar." Siguiendo el método espinosista, podríamos extraer una serie de heterogéneos corolarios a partir de su proposición, para ilustrar la radical diferencia de su concepción del bien respecto de la tradición filosófica:

  • En primer lugar, los mártires son locos que actúan movidos por un bien que, contrariamente a su definición, los conduce hasta la muerte.
  • Además, el funcionamiento de las pasiones y de la realidad en general puede ser explicado como si fuera un conjunto de engranajes de una máquina o las manecillas de un reloj. Por tanto, el mecanicismo cartesiano ha invadido toda la realidad, atentando contra su propio propósito de salvar la libertad humana: ya todo- ¡Incluso el cogito!- es susceptible de explicación mecánica.
  • Spinoza acusa a la filosofía anterior de antropomorfismo ilegítimo en la noción de causalidad final, pero toda su moral es, no ya antropomórfica, sino individualista: no hay más bien que el bien para mí y el bien para mí es mi mera supervivencia, mi permanencia en el tiempo mediante mi obrar.

JAIME ALONSO DE VELASCO DOMÍNGUEZ