La aurora de Nueva York NO tiene cuatro columnas de cieno

05.01.2020

Nueva York es una ciudad peculiar. Es el centro del mundo, con todo lo malo y todo lo bueno que eso conlleva. Es la ciudad equivalente al París del siglo XIX, a la Roma del siglo I d. C, a la Atenas del siglo V a. C. 

Nueva York es caos y orden. Belleza y miseria. Sin duda ha cambiado mucho desde mediados del siglo XX, pero aun así parece mentira que se trate de una de las ciudades más avanzadas del mundo. Su gloria es una de esas que brilla entre sudor y lágrimas. Las diferencias socio-económicas son escalofriantes. Las calles están repletas de pobres mendigos que ya ni mendigan, de gente cuyo único objetivo es sobrevivir a la gélida noche en Manhattan. Seres humanos que duermen entre cartones y que más que un dólar, lo que necesitan es una sonrisa, una familia que los quiera: necesitan amor.

Y sorprendentemente todo este dolor hace eco en las cristaleras de los altos edificios de riqueza. El sufrimiento contrasta con la falta de caridad en los corazones de los trabajadores cegados por la insensible pasión por el dinero. Esto es lo bello de Nueva York, que es real. Si te piensas que se trata de un sueño neoyorquino de esos que Hollywood trata de pintar, estas muy equivocado. Es una ciudad como otra cualquiera, pero con las realidades llevadas al extremo, lo cual permite detectar los vicios y virtudes con mayor claridad.

El Metro - y la calle en general - es el equivalente al ágora de la Atenas de Pericles. Es un lugar donde se intercambian experiencias - además de ciertos olores no deseados - de una manera muda pero impactante. Uno conoce personas aun no hablando con ellas. Nueva York es diversidad. Gente de todo el mundo converge en una misma masa uniforme de exotismo donde todos compartimos una misma experiencia aun siendo tan distintos. El neoyorquino es el homo adspiciens, el hombre que observa. Las personas no juzgan en esta ciudad, solo analizan. Están - estamos - tan acostumbrados a lo extraño que ya nada llama la atención. En el Metro y en la calle se descubren verdades antropológicas de las más extravagantes. Uno comienza a entender qué significa ser humano: quiénes éramos y en qué nos hemos convertido en este nuevo milenio.

El neoyorquino medio es egoísta. Se siente amenazado - y con razón - por el ambiente que le rodea y eso le lleva a desarrollar un instinto de supervivencia de lo más sofisticado. Una de las cosas que me explicaron antes de llegar a Nueva York era que tenía que crear mi cara neoyorquina. Consiste en presentar una cara de impasibilidad, de indiferencia o quizá incluso de odio hacia la persona que tienes delante, cuando esta intenta venderte algo - desde tickets para un autobús turístico hasta una creencia religiosa - o pedirte dinero.

Sin duda, es una ciudad triste. Pero al mismo tiempo es una ciudad que inspira audacia, esperanza e ilusión. El poeta se equivocaba: la aurora de Nueva York NO tiene cuatro columnas de cieno. Es cierto que los valores éticos humanos parecen haberse perdido, pero precisamente este desafío no es un problema, sino una oportunidad. Es tal la oscuridad moral en Nueva York, que las personas valoran la virtud, el amor y el bien. Son como niños que abren los ojos por primera vez al mundo que les rodea. Se rinden ante la lealtad, la sinceridad y la amistad. Buscan aprender, buscan compartir, buscan sonreír. El neoyorquino tiene iniciativa y no se deja llevar por la monotonía del día a día. Intenta sacar el máximo provecho de cada minuto de su día. La gente busca algo. Están inquietos. Buscan la felicidad.

Evidentemente no es una ciudad fácil, ni está hecha para cualquier persona. De hecho, como universitario, creo que es el momento perfecto para estar aquí, incluso mejor que para un joven profesional. Estudiar Clásicas en la ciudad más postmodernista del mundo es un contraste único. Me permite entender mejor el concepto de civilización y darme cuenta de la universalidad del concepto de ser humano. Es fascinante la capacidad que tiene el lenguaje de describir la identidad humana - tanto hoy como hace dos milenios. El hombre cambia y al mismo tiempo nuestra esencia permanece estable. Esto es lo que hace que mi carrera me permita evaluar con distintos ojos la sociedad actual, la cual encuentra su óptima representación en Nueva York. Doy muchas gracias por poder estar aquí.

RAFAEL TORRE DE SILVA VALERA