Oxford en la excelencia. ¿Qué excelencia?

04/03/2020

Las herraduras despegaron en High Street dejando atrás una imagen difusa de los pináculos que adornaban la catedral. Una densa neblina cubría los rostros de chistera que viajaban con bigotes embotados en pipas de arce, mientras el barro se batía en duelo con el aire.

Un grupo de lores escondidos bajo el cristal de unas vidrieras bebían disimuladamente el licor imperial que les embriagaba en himnos, monumentos y todo tipo de exaltaciones monárquicas donde imperaba el absoluto silencio de la razón... Sus pelucas conocen sus secretos.

Las campanas repicaron donde doce estatuas de santos mecían frías sus manos. El calor del órgano protestante llenaba el ascenso de las voces angelicales que cubrían las plegarias de la sacerdotisa recién iniciada.

Nadie, salvo los ojos que contemplaban, veían el evolucionismo darwiniano venciendo a las propias fuerzas de la naturaleza.

Oxford puede ser entendida como una ciudad centenaria llena de romanticismo decimonónico británico, como un incipiente monasterio o, como se entiende mayoritariamente hoy en día, la casa de la luz de la excelencia universitaria. Este conjunto de designaciones pone de manifiesto una realidad acerca de la naturaleza de la universidad y de la ciudad, pero ¿podemos coincidir con la opinión pública? y, ¿bajo qué parámetros nos movemos para designarla como una universidad del calibre predicado?

Bajo el lema "Dominus illuminatio mea" queda expresado el deseo que inicialmente inspiró la actividad académica, siendo la luz de la verdad en Cristo la única fuente y fin como centro del conocimiento impartido. Florecieron las escuelas del saber teológico de aquella Europa unida bajo un idioma y un derecho. Se dice que es una de las universidades más longevas del mundo, cuyo año de fundación es desconocido, pero mantenemos referencias del siglo XI.

La universidad desarrolló un modelo singular basado en el sistema de tutorías, que consiste en la asignación de un tutor a un grupo de estudiantes los cuales impulsan su actividad en los "colleges", así como en las propias facultades. Los "colleges" jugarían el doble papel de residencia y universidad extendiéndose por toda la ciudad, siendo un total de treinta y ocho "colleges", que junto con otras instituciones, formarían la universidad. Es por esta razón por la que la ciudad de Oxford no se entiende sin la universidad, pero tampoco se entendería la universidad sin ese ambiente urbano tan característico del que están dotados los campus universitarios británicos. El campus universitario sería, por lo tanto, los "colleges" y el resto de las instituciones integradas en la propia ciudad. Resulta agradable la contemplación de un orden diferente al propio del "campus americano" que cuenta con ciertas ventajas e inconvenientes, resultando así como alternativa viable a la hora de decidirse por un modelo universitario.

Una vez aclarados ciertos aspectos, es importante fijarse en lo que hay detrás de la bella fachada neogótica que ven los fotógrafos y los dibujantes. La imagen es potente y más si va cargada de una reconocida valoración por parte de los medios. Recientemente el modelo de Oxford fue calificado como uno de los mejores modelos de docencia mundial. A esto le añadimos el propio orgullo británico que patrocina sus inventos nacionales.

Uno de los principales problemas que he visto ha sido la difícil lucha que existe entre esa visión tradicional-protestante, que podríamos ligar al paradigma victoriano, frente a la mentalidad posmoderna que se pretende impulsar. Pongo como ejemplo la obligatoriedad del carácter mixto de los "colleges", donde tanto alumnos como alumnas comparten residencia. Es curioso cómo esta reforma aconteció a finales de los años sesenta y principios de los setenta, donde ningún "college" pudo mantener su tradicional estilo.

Existen casos que tocarían la parte más formal de la universidad. Sin embargo, estoy verdaderamente interesado en asaltar las cuestiones que atañen a los ideales humanos que persigue la propia universidad.

Por un lado, la fuerte mentalidad protestante está prácticamente alejada de la práctica. De ese rigorismo del pasado, que conformó una verdadera sociedad religiosa donde dicho componente se mezcla, sin duda alguna, con el sentimiento nacional, nos ha quedado un precioso conjunto arquitectónico de iglesias y capillas vacías. Yo mismo acudí a unos oficios protestantes de navidad en los que fuimos bien recibidos, pero presenciamos la baja asistencia de los fieles anglicanos. La ceremonia guiada por una sacerdotisa se mantiene aún fría en mi memoria...

Por otro lado, las nuevas corrientes ideológicas contemporáneas han hecho mella en el espíritu universitario. El propio Evelyn Waugh en su novela Retorno a Brideshead nos da la imagen de esta misma universidad que tras la Gran Guerra denota una falta del espíritu en los individuos que la componen. De ahí nace su visión romanticista de la universidad de antaño, que vive únicamente en los libros de historia. Si esa sociedad consumista de los años veinte cayó en valores... ¡cómo no lo hará la nuestra que vive como rebaño sin pastor!

Quiero pensar que esta falta de valores no es únicamente un mal de Gran Bretaña, sino de gran parte de Europa y del resto del mundo. Sin embargo, la cumbre de la excelencia proclamada por todos alude a la majestuosa universidad de Oxford, que pervive con un desorbitado presupuesto, bajo la batuta política de las luces y corrientes cambiantes de la época, sin llegar a ser la antigua voz que clamaba "Dominus illuminatio mea".

RAFAEL GONZÁLEZ DE CANALES DÍAZ