La fe del arte

10/08/2019

En el siglo XXI aún sigue extendido el denso humo del relativismo. Se filtra por las ventanas, puertas, revistas y medios de comunicación. Este aire denso y nocivo abarca todas las paredes y esquinas de nuestra sociedad desde hace ya años. Hemos llegado a tal punto que incluso nos resulta cómodo no aceptar la realidad misma. Nos encontramos en una situación de emergencia ante tanta falta de verdad y de sentido común. No quisiera ser yo la voz que señale con el dedo lo que es relativo y lo que no lo es, pero sí me atrevo a alertar acerca de esta enfermedad terminal que padecemos todos: tú y yo, él y ello.

Tengo el convencimiento de que hemos perdido las referencias reales de muchas realidades, valga la redundancia. Por un lado, nos encontramos con una sociedad dejada a lo fácil donde todo está al alcance de ese ratón de la pantalla y el esfuerzo queda a la distancia de la razón repudiada. Por otro lado, nos encontramos en un tiempo donde reina la confusión de la postmodernidad con engendros legítimos como la posverdad, su hija sucesora.

Partiendo de estos hechos, me serviré de una de las disciplinas más fundamentales de las humanidades para exponer mi tesis, puesto que son estas las que hablan del hombre: el arte. El arte es reflejo cristalino de una sociedad. Supone la síntesis de la manifestación antropológica de un momento determinado. Podemos decir que nos encontramos ante el espejo de los ideales de la humanidad. Para los hombres renacentistas existía un ideal muy alto al que aspiraban. Perseguía el camino de la virtud, el esfuerzo, la vía ascética, etc. Lo encontramos así en la mirada del David de Miguel Ángel, en la sonrisa de la Gioconda o en los cabellos dorados de la Venus de Botticelli. Estos rasgos desvelan un significado profundo y misterioso acerca del sentido y rostro de la vida.

Ahora bien, volvamos al presente. El paso de los años puede dar una explicación de la evolución artística que sufre con dolor el arte ¿Es esto negativo? A mi parecer, este proceso de mutación tiene sus explicaciones al hilo de los acontecimientos de la historia, aunque existen otras causas significativas. Un ejemplo sería la competición que existió entre el comienzo de la fotografía y el desarrollo de la pintura impresionista. Mientras una pretendía captar la vibración del color, la otra dejaba que desear con esas cámaras blanquinegras no tan incompetentes. Sí, existía una razón de ser, un sentido que se fue despegando de la realidad hasta llegar a olvidarla. Así comenzaba el trote del arte puro con múltiples diversificaciones en los conocidos "ismos" de las vanguardias. El arte puro no abandona de manera absoluta la intención creadora que se había mantenido hasta entonces, pero comienza a cabalgar más y más rápido hasta llegar a despegar. Este despegue supone la liberación total de las ataduras mundanas ¡Se celebra el triunfo en el Olimpo! Pero esto tiene sus consecuencias... Tanto ascendió que se mezcló con los gases, el desorden y, en definitiva, se derritieron sus alas en humo. Existe hoy una falta de referentes que hace más temible la caída ¿Alguien sabe qué es la belleza? ¿Qué es la Verdad? No. Todo vale hasta siempre. Y hasta siempre que seguirá cayendo, creyendo que están volando. He aquí la cuestión central: ¿Hacia dónde va el arte? ¿Ha perdido la fe?

Podemos decir que el arte se ha convertido en un instrumento de provocación. A veces provoca repulsión, otras veces desconcierto y, otras, otras tantas cosas que una persona puede sentir. Se pierden los valores objetivos y queda al servicio del espectador ignorante que siente que ha sentido. Me temo que ante este problema la solución más drástica sería una posible rehumanización del arte. Sin embargo, me bastaría con una apología férrea de la intención creadora para darle un sentido que, estando lejos de la realidad, se diera algo que fuera bueno por lo que es y no por lo que la gente crea que es.

Es preciso llevar a cabo un proceso de destilación del arte para pasar de ese humo condensado a unas finas gotas cristalinas de calidad que sean comparables al licor rebosante del cáliz de Baco.

RAFAEL GONZÁLEZ DE CANALES DÍAZ