Reseña: "Vida oculta"

02/18/2020

A Hidden Life es una experiencia de lo transcendente. Franz Jägerstätter, objetor de conciencia, con su mujer, se presentan ante el espectador con toda su profundidad espiritual y su capacidad de amar, a través de la belleza del cine de Terrence Malick. El director habla con nosotros, con una sensibilidad extrema, de lo que nos afecta a todo ser humano, y a todo cristiano; en el diálogo la razón calla, se da por sentada, y aparecen como interlocutores la Verdad y la Belleza: fluyen en un río de imágenes.

Franz es un objetor de conciencia en el régimen nazi. Hace frente a una ideología demoledora, vestida de redentora, que arrastra a todas las gentes, encandila a un pueblo. Una ideología cargada de maldad. En un contexto social donde todo invita - instiga - a alzar el brazo al grito de "Heil Hitler!", él tiene la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, lo paciente y lo presuroso, lo orgulloso y lo humilde, lo egoísta y lo generoso. Toda una cultura del mal penetra en las conciencias, y la suya será una lucha desmedida, en condiciones de desventaja abismal: una conciencia, frente a un estado acechante, unos vecinos llenos de rencor, y una iglesia traidora de sus principios. Tendrá que elegir, al final, entre un dios en la tierra o un Dios en los Cielos. 

Es la última película del director norteamericano, que realiza una síntesis perfecta de su cine, aproximándose al gran público, sin abandonar la profundidad del cine que llevaba cultivando estas dos últimas décadas. Parece que todo lo que nos quería decir en este tiempo lo ha condensado perfectamente en A Hidden Life: el amor como abandono de uno mismo -inmenso en la mujer, Franziska -, lo terrenal frente a la transcendencia, la familia como hogar del hombre y la mujer...

ANTONIO FRAGUA DOLS