Reseña: "El ángel exterminador"
"Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir las apetencias de vuestro padre; él era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él" (Jn. 8, 44)
El ángel exterminador es el abismo para los hombres, la caída al mal, y a eso asistimos en esta película de Luis Buñuel.
Casi con el formato de una obra de teatro y tintes surrealistas tanto en los planos como en el argumento, nos encontramos con la esencia del director español, que nos habla de uno de sus temas más recurrentes: la burguesía.
Un grupo de aristócratas se junta a cenar tras haber asistido a la ópera. La noche transcurre normal según los hábitos de su clase social: conversaciones banales, risas exageradas, y relaciones pobres. Hasta que algo ocurre, no pueden salir del salón.
A partir de ahí, hay un descenso a la miseria que consiste sencillamente en quitar el velo que cubre de encanto a la burguesía. Ese velo se lo quitan ellos mismos, descubriendo el egoísmo y los bajos instintos que motivan toda su vida. Para ello, solo ha hecho falta poner en riesgo la facilidad con la que se desarrolla su existencia.

Una a una caen las capas, y como dice el versículo inicial, nada se mantiene en la verdad. La película gira en torno a los conceptos de realidad y apariencia. Esa relación tan dispar inunda de un absurdo a los personajes que solo puede dar lugar a una comedia macabra, convirtiéndose finalmente en un ataque al conjunto de la sociedad. ¿Qué hay detrás de los pilares que sostienen nuestra civilización como el respeto, la dignidad o la solidaridad?
Esta pregunta no es pasajera. De una u otra respuesta depende la supervivencia de nuestros principios más elementales. Y solo caben dos opciones: o la sociedad es una farsa que esconde un egoísmo profundo, o hay espacio dentro del desarrollo personal para la virtud y el amor. Exista o no ese espacio, el director introduce la figura del niño como aquel en quien realidad y apariencia están unidos, pero la pregunta sigue sin quedar resuelta.
Hay tanto en juego, que ni Buñuel parece querer dar una respuesta. Ante el pesimismo extremo que se asoma y nos aterra a medida que llega el final, solo hay una salida posible: la comedia. No estamos preparados para afrontar el dilema entre la Verdad y la nada.