El festín de Babette: el arte del encuentro

21.02.2022

I. Introducción

El festín de Babette es un reconocido cuento escrito por Isak Dinesen, pseudónimo tras el que se esconde la afamada escritora Karen Blixen (1885-1962). El relato se publicó en 1958 dentro de la obra Anecdotes of Destiny. Blixen tuvo dos matrimonios comprometidos, un exilio de su natal Dinamarca durante la Segunda Guerra Mundial y una cierta nostalgia por el continente africano, que la marcó de por vida. Sus nomadismo y alejamiento de las principales corrientes de su época la sitúan en un marco literario más heterogéneo. Sí podemos destacar con claridad su predilección por el relato frente a otras formas de escritura.

En cuanto al relato, parece que el paso de los años ha puesto de manifiesto el valor maduro de este fruto particular dentro de toda su obra. Un ejemplo lo podemos ver en la exitosa película de 1987 sobre esta misma historia. A esto podemos añadir el comentario de Jorge Bergoglio, en el que afirmó sencillamente su preferencia por esta película.

II. Fondo y forma

Situado en un fiordo noruego se encontraba el pueblecito de Berlevaag, marcado por escasa densidad poblacional y un núcleo puritano protestante. Allí vivían las hermanas Martine y Philippa, hijas del denominado "deán y profeta" del pueblo. Desde el comienzo, se nos dan detalles de cómo es la espiritualidad que vive Berlevaag: un pueblo ajeno al mundo, cerrado y marcado por una visión protestante intransigente, donde el padre de las mencionadas es considerado una autoridad venerable en los alrededores.

Debemos recordar que Blixen era danesa y, por lo tanto, pertenecería a la iglesia oficial de Dinamarca, es decir, ella hablaba de un ambiente conocido que bien puede estar estereotipado para reforzar su carácter a lo largo del relato, sin llegar a una exageración absurda.

La visión mencionada se puede resumir en: teocentrismo, rechazo del mundo material y una fuerte vida espiritual desintegrada parcialmente de la humana. En otras palabras, sus deseos de santidad se traducían en una abnegación total por los asuntos del mundo y lo humano. Esta concepción del hombre tiene su raíz en Martín Lutero, el cual pregonó la corrupción absoluta de la naturaleza humana y su única salvación por medio de la fe. Así, el mundo y las cosas materiales permanecían sospechosas a los ojos de los luteranos, por no decir, que bastaba con tener fe y vivir apartado para alcanzar la salvación. Este es el caso de las hermanas. El problema no se encuentra en su rectitud de intención, puesto que eran virtuosas y buenas, sino en deshumanizar la santidad de la realidad más inmediata y cotidiana. En otras palabras, su visión mantenía unos límites a la gracia, a las posibilidades de comunión con Dios, únicamente reducido a lo que resultaba espiritual.

El relato nos introduce ahora en un tiempo presente, definido por la muerte del padre, la pérdida de la fe en el pueblo, la vejez de las hijas y la presencia de un personaje que marca un antes y un después en la vida de Berlevaag: Babette. Babette es una criada francesa que llevaba junto a Martine y Philippa doce años a su servicio sin cobrar nada. Se nos presenta como "fugitiva y sin amigos". Su origen misterioso y carácter ajeno al espíritu del pueblo la sitúan como una forastera. En este sentido, Babette había bebido de otra cultura, cuya configuración parece difícilmente encajable en el mundo protestante, pero que terminará por ser la salvación de este.

Un episodio semejante aparece al comienzo de la Odisea cuando Telémaco procura cuidar al forastero ofreciéndole comida y bebida, es decir, hospitalidad y, gracias a este cimiento de la civilización, Telémaco recibe a cambio una profecía. En este sentido, esta amplitud de corazón que acoge al extraño se da en nuestro relato y, no solo eso, sino que además aparece también una recompensa en lo material (el festín) y en lo espiritual (apertura a la gracia).

Sin embargo, en el relato se interpone una anacronía que nos lleva a considerar el pasado de las hermanas. "Educadas en un amor ideal celestial", con una baja estima por los amores humanos, ambas se vieron intocadas por ellos, pero no lo fue así para dos hombres que se cruzaron en sus caminos.

Por un lado, Martine conoció a un joven militar apodado Lorens Loewenhielm, el cual pasaba por Berlevaag, en contra de su voluntad, con el fin de que sus costumbres morales mejorasen. Su encuentro con Martine le cambió el corazón, al mismo tiempo que ella se hacía inalcanzable para él; se decidió por abandonar su deseo y aferrarse al destino. Con todo, se esforzó en deslumbrar en su carrera militar y llegó a la cúspide, siendo destinado en Rusia y Francia acumulando victoria tras victoria en el campo de batalla.

Por otro lado, Philippa fue alcanzada por un cantante francés de nombre Achille Papin, cuarentón y cansado de una vida de fama, a la cual veía un inestable futuro. Un día, en los oficios del domingo, escuchó el cantó de Phillipa y, asombrado por su talento, tuvo un resurgir de vitalidad. Sin embargo, su exaltación le llevó a tratarla con demasiada confianza y la terminó por alejar de su proyecto vital. Tras esto, rendido, expresó su frustración como artista dejando ver que su destino era el fracaso.

En estos amoríos expuestos podemos ver una serie de coincidencias: ambos son franceses, llegan por la vía de la inmoralidad, su encuentro con una de las hermanas les transforma espiritualmente y viven o se deciden por la fama o el poder. En cierto modo, tanto el militar como el cantante personifican la vida del poder y la fama respectivamente. Si aparentemente el militar parece renovado por su encuentro, más adelante comprobaremos que queda un vacío dentro de sí. En cambio, el cantante que parece frustrado a su regreso a Francia, más tarde escribirá una carta que portará Babbete mostrando su aprecio y gratitud. También quería hacer mención al primer contacto que tiene con las hermanas. Los dos se maravillan ante la belleza de las mujeres: el militar por su hermosura física y el segundo por su canto. No obstante, de sus corazones nace una misma alabanza a Dios en palabras de un salmo u oración. De alguna manera es Dios mismo quien se está reflejando a través de ellas y que no deja indiferentes a los amantes, dando lugar a su posterior transformación.

Avanzando quince años en la historia, hacia 1871 aparece una mujer que llama a la puerta y porta una carta en la mano. Se trata de Babette, que es enviada afectuosamente por el cantante Achille Papin. La carta nos desvela el misterio de Babette: se trata de una communard, es decir, una guerrillera de la Comuna de París, empujada al exilio. Tanto su marido como su hijo habían muerto y, desamparada, buscaba un refugio. Hasta este momento habíamos introducido a la protagonista del relato. Ahora, podemos completar su perfil y se nos hace más chocante toda su realidad. Si veníamos hablando de un mundo caracterizado por su puritanismo y conservadurismo, la antítesis la encarna una revolucionaria de carácter socialista o anarquista. De nuevo, Blixen juega con el lector al presentar un modelo estereotipado de francesa revolucionaria decimonónica que romperá toda expectativa para los habitantes de Berlevaag.

En sus primeros pasos, Babette se desenvuelve con soltura dentro del hogar y del pueblo, llegando a ganar una alta estima. Se nos comentan detalles como su "fuerza enérgica", que "regateaba los precios a los tenderos más inflexibles" y de cómo crece un cariño generalizado hacia ella. Sin embargo, existían una serie de desconfianzas con las hermanas: temían que su forma de vida contraviniera la pobreza luterana porque todo lujo era considerado pecado y desconfiaban de su catolicidad. A pesar de estos inconvenientes, se da un progresivo encuentro entre estos dos mundos aparentemente distantes, en la medida en la que las hermanas van conociendo la profundidad de Babette y se desmontan los estereotipos intransigentes que antes comentábamos. La personificación de una communard y de unas puritanas en una mujer afable y en dos hermanas comprensivas respectivamente, es decir, la superación del objeto (el estereotipo) al sujeto (las personas concretas) produce una apertura, donde el otro es un reflejo de mi yo. Esta doctrina recogida en la Filosofía del Encuentro sitúa a la persona en una estrecha vinculación con el espacio y el otro, perdiendo su individualidad abstracta y autosuficiente por una humanidad común de donación.

De regreso al punto temporal, doce años después de la llegada de Babette, se acercaba el centenario del nacimiento del deán. Semanas atrás, Babette había comprado un boleto de lotería parisina al bote de diez mil francos, como solía hacer anualmente y, el destino así lo quiso, obtuvo dicha ganancia. En consecuencia, del corazón de Babette nace el deseo de preparar ella misma la cena del centenario para la familia y ciertos invitados. En un primer momento, las hermanas se negaron porque consideraban un derroche gastar dinero en comida y bebida. A pesar de ello, terminaron por aceptar la única petición que les hizo en todos sus años de servicio. De nuevo, aparece la humildad y el espíritu de servicio de la protagonista.

La cena contó con la presencia de Lorens Loewenhielm, ahora general y acompañante de su tía, antigua amiga del deán, así como de otros hermanos de la comunidad. En total sumarían doce comensales. Este número bíblico no será nada menos que una figuración de los doce Apóstoles de Cristo en la Última Cena, que nos lleva a reconsiderar el encuentro común alrededor del altar de la mesa. Ahora bien, la comida constituye el medio por el que Dios unirá a todos ellos gracias al arte libérrimo de Babette, símil de la Eucaristía.

Para la preparación del festín, Babette encargó productos de la más alta calidad entre lo que se incluía vino de una buena cosecha y una tortuga grande. Sin embargo, se renueva la desconfianza hacia ella por la entrada de alcohol en la casa del deán y los productos exóticos. Tanto es así que Martine soñó con que envenenaría a todos la noche del centenario.

A la noche de la cena llegó un general Lowenhielm hastiado de una vida vanidosa e incompleta con el deseo de reconciliarse y buscar tranquilidad. En cuanto a los demás, las hermanas y la comunidad acudieron embutidos en el recuerdo del deán con solemne espiritualidad.

La cena consistió en una serie de platos y bebidas de inesperada exquisitez, sólo apreciables por el general a lo largo del banquete, mientras los demás se mantenían en conversaciones espirituales acerca de los prodigios del deán. Con el avance de los platos, se generó un ambiente apacible que dulcificó los corazones de todos. No obstante, con gran confusión, el general, que conocía la más alta cocina francesa, se preguntaba cómo era posible que en aquel lugar perdido, hubiera sido convocado a un banquete sin parangón. Inmovilizado ante el milagro, el sabor de la comida le transportó a una cena en el Café Anglais de París, donde la comida se transformaba en "una aventura sentimental de esa noble y romántica categoría en la que uno ya no distingue entre el apetito corporal o espiritual y la saciedad". Sin más dilación, el general se dispuso a dar un discurso para poner orden ante aquel espectáculo.

Con voz poderosa exclamó: "Se han abrazado la misericordia y la verdad (...) la rectitud y la bonanza se besarán". Con estas palabras introductorias, el mismo Lorens treinta años antes clamaba al Cielo ante la belleza de Martine. Continuó su discurso haciendo ver a todos los presentes que el hombre a causa de su estupidez y fragilidad cree que la gracia está en el universo, de manera limitada. Sin embargo, es todo lo contrario: la gracia es infinita y "no exige nada de nosotros, sino que la esperamos con confianza y la reconocemos con gratitud" y "no distingue a ninguno en particular". El clímax de la visión se había alcanzado como cuando en el Evangelio los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús al partir el pan: "entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron" [1]. El Cielo bajó aquella noche a inundar de eternidad las sequedades humanas de miedo y rencor en el pueblo de Berlevaag. Una nevada nocturna, símbolo de purificación en la tradición cristiana oriental, renovó a sus gentes, los cuales permanecieron en sus casas descansando hasta bien entrada la mañana.

Sería difícil añadir alguna palabra a lo proclamado por el general. El encuentro ha sido total. Toda la belleza incompleta del hombre ha sido alcanzada por la plenitud de Dios.

La historia culmina cuando descubren las hermanas que Babette había empleado toda la fortuna ganada para preparar el festín. También se nos desvela que ella fue cocinera en el Café Anglais de París y que, ante su derroche de magnanimidad, se reafirma como artista cuando dice que lo hizo por ella misma, porque es una gran artista y puede hacerlo. Finalmente, permaneció en Berlevaag con los sollozos de Philippa mientras esta le susurra que será para Dios la artista que ha sido llamada a ser. Con estas mismas palabras Achille Papin se dirigió a la joven Phillipa tiempo atrás.

III. El arte del encuentro

Tikún Olam es una frase de origen hebreo que se refiere al tiempo de plenitud en el que Dios restaurará todas las cosas. Si el mal ha causado un desequilibrio y ha quebrado el orden, nosotros podemos con nuestra imperfección restablecer el equilibrio de manera imperfecta. Será Dios quien proporcione esta restauración final en la plenitud de los tiempos.

Para ahondar en lo expuesto debemos partir por la aclaración de los términos. Por arte entendemos el conjunto de habilidades guiado por unas reglas que pone coto a nuestra imperfección, donde Dios suple nuestra carencia con su gracia para alcanzar la perfección mencionada. Por otro lado, veníamos hablando del encuentro como esa destrucción de los estereotipos y la apertura al otro con quien me identifico y la necesidad de ser ayudado.

El medio que se emplea para anudar todo es la mesa, el banquete, el otro altar. Se rememoran esas palabras los Hechos de los Apóstoles en los que Dios insta a San Pedro: "levántate, Pedro; mata y come" [2]. En ese medio y en una acción de gracias por el centenario del deán, aparece un elemento que lo hace todo posible: Babette.

Ahora bien, ¿por qué es ella la protagonista? Sin duda es ella la artífice que ha hecho posible todo aquello. Destaca, entre otras cosas, su magnanimidad, es decir, su capacidad de soñar a lo grande por amor a los demás. No busca reconocimiento ni aplauso. Su manifestación de entrega ha sido un breve tikún en la fría región de Noruega, rompiendo barreras y manifestando la gracia de Dios por algo tan material y placentero como la buena comida. Frente a la "estupidez humana" que decía Lorens, Dios ha encabezado con su Bondad toda expectativa de salvación, dando lugar no solo al encuentro material (la comunidad unida) sino espiritual (conversión interior). 

En cuanto al don, la dinámica de que el hombre necesita del hombre para ser verdaderamente humano, nace del reconocimiento de la realidad más inmediata de cada uno. Así, el don precede al mérito por lo que uno es. Esta realidad se renueva ante la misericordia divina, porque todo es gracia a los ojos de Dios y, en consecuencia, el hombre recibe un motivo más elevado por el que agradecer, tanto por lo bueno como lo "malo". 

No podemos olvidar la importancia del factor destino, ya que la obra recibe el título de Anecdotes of Destiny. Este ha ido hilando las vidas de los personajes durante treinta años, donde nada parece que haya quedado al azar. Se cumplen así las palabras que repetía el deán: "Los senderos de Dios recorren los mares y las montañas nevadas, donde el ojo del hombre no puede descubrir rastro alguno". Este sino providencial ha tratado a todos los personajes con cariño, descubriéndoles las sendas por los lugares más inesperados.

IV. Conclusión

Lejos del maniqueísmo, el relato ofrece una mirada misericordiosa y esperanzadora de la unión de los más alejados extremos ideológicos, culturales o religiosos. Para llegar a abordar el tema del arte del encuentro, se requería un análisis de las distintas escenas que configuraban la vida de los personajes y, de cómo sus diferencias eran necesarias para su posterior unión por medio del reconocimiento y de la apertura al prójimo. Todo ello discurre en torno a la mesa, símbolo evangélico que trasciende la mera materialidad, donde se manifiesta la providencia y el tikún o reconciliación de lo humano con lo divino.

V. Bibliografía

Para el estudio me he apoyado en un comentario a la obra del filósofo Higinio Marín Pedreño.

*CITAS

[1] Lc 24, 31.

[2] Hch 10, 13.

RAFAEL GONZÁLEZ DE CANALES DÍAZ