De Aristóteles a Einstein y vuelta: en torno a la cuestión de la simultaneidad

19.07.2022

Hablar de simultaneidad es hablar de tiempo. Por eso, al preguntarse por la existencia de sucesos simultáneos en el universo, las distintas respuestas estarán necesariamente vinculadas a la diversidad de concepciones del fenómeno temporal. Pero hay otros nexos que, aunque menos evidentes, resultan decisivos para nuestra pregunta: el término "simultáneo" no solo hace referencia a un mismo tiempo (simul), sino que, implícitamente, señala la existencia de un punto de referencia respecto del cual se indica la coincidencia temporal; además, el hecho de que el concepto estudiado se nos presente mediante un significante lingüístico nos revela un puente entre el transcurso y el sujeto que lo mide o percibe, entre el tiempo y el ser humano, que verbaliza lo aprehendido. 

Decía Kierkegaard que el hombre es un ser paradójico, pues en él convive lo corpóreo y lo espiritual, lo temporal y lo eterno. Y quizás esta extraña ubicación del ser humano, como espíritu en el mundo, sea el principal motivo de que el tiempo haya sido una de las principales fuentes de aporías de la historia del pensamiento. Pues, tras una primera capa de evidencia, el tiempo parece encerrar en su interior la contradicción entre la permanencia de su transcurso y el cambio constante de la realidad. San Agustín lo expresa magistralmente: "¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé." (Confesiones, XI, XIV, 17). 

Uno de los filósofos que mejor ha señalado esa misteriosa vinculación entre el tiempo y el sujeto humano es Aristóteles. En efecto, su famosa definición del tiempo como "número del movimiento según el antes y el después" (Ph. IV, 219b1) indica el carácter hasta cierto punto ideal de la temporalidad, en tanto que es cuantificada por el alma, pero conectado indudablemente con la realidad del cambio, por ser su medida, la actualización de su cuantificabilidad. El autor llega a afirmar que, "si nada que no sea el alma [...] puede numerar por naturaleza, resulta imposible la existencia del tiempo sin la existencia del alma" (Ph. IV, 223a25-30), salvo si este se considera en tanto que medible. 

Por otro lado, el estagirita no tematiza de forma explícita la cuestión de si cabe hablar de sucesos simultáneos, pero es posible reconstruir su postura al respecto profundizando en su concepción del tiempo. En la propia Física, Aristóteles se pregunta si, dado que el tiempo es medida del movimiento, habrá un número distinto para cada cosa que se mueve y "dos tiempos iguales existirán simultáneamente" (Ph. IV, 223b1-5). Parece, a primera vista, que ya tenemos aquí el tratamiento expreso de la cuestión. Sin embargo, un acercamiento más detenido a sus palabras nos revela que no se está planteando la existencia o no de simultaneidad; al contrario, dando esta por supuesto en relación con los cambios de las cosas (pues es un hecho de experiencia que hay movimientos que suceden a la vez), se pregunta por la existencia de varios tiempos "paralelos", que numeren distintos movimientos al mismo tiempo. Intuimos, en seguida, que semejante propuesta tiene algo de absurdo y Aristóteles confirma argumentalmente nuestra sospecha: en efecto, dos tiempos son en realidad uno y el mismo si son iguales y simultáneos, o, incluso si tan solo comparten límites simultáneos- en su comienzo y en su término. 

Puede resultar extraño que Aristóteles establezca relaciones entre los distintos tiempos mediante nociones temporales, pero no se trata de una incoherencia, sino que lo que subyace es el establecimiento de una proporción numérica entre todos los movimientos, partiendo de un primer movimiento de referencia en relación con el cual se determina el tiempo universal. 

Ese movimiento debe ser el desplazamiento circular uniforme, pues "su número es el más conocido" (Ph. IV, 223b20); esta afirmación debe vincularse a la cosmología aristotélica en su conjunto, que destaca la perfección de los astros y su poder ordenador del mundo sublunar. En cualquier caso, es cierto que la medición del tiempo por las primeras civilizaciones tomaba, efectivamente, como referencia el movimiento del sol, la luna y las estrellas. Además, el desplazamiento circular posee la ventaja de que establece por sí mismo los límites a partir de los cuales puede establecerse la unidad numérica básica, pues comienza y termina en el mismo punto.

Para una valoración global de la visión aristotélica, resulta conveniente distinguir sus elementos más metafísicos (como el estudio del tiempo en su relación con el movimiento) de otras consideraciones más ligadas a la limitación científica de su época (por ejemplo, el esquema cósmico de esferas), que podrían considerarse obsoletas en ciertos puntos. En cuanto a los primeros, si la argumentación racional que los sustenta es adecuada, como parece serlo, en nada pueden verse afectados por los nuevos avances de la ciencia. Con todo, nuestro autor ha llegado a una conclusión sorprendente: el tiempo es universal, a pesar de ser medido por un alma desde su perspectiva particular: la facultad del alma para numerar consiste en actualizar interiormente la numerabilidad de los múltiples movimientos según una referencia única, por lo que, en este caso, la subjetividad del medidor en nada afecta a la objetividad de lo medido.

Pero, si en Aristóteles el papel del sujeto en el tiempo era relevante, esto se acentúa aún más en la física de Einstein; ahora bien, su énfasis se desplaza de la psicología a la perspectiva empírica, hasta equiparar subjetividad y punto de referencia de la medición: dado que el tiempo es relativo a la velocidad del cuerpo y lo único absoluto es la velocidad de la luz en el vacío, la medida temporal será diferente según la referencia tomada, en función del sistema de "coordenadas" de ubicación y movimiento desde el cual se mida. Así, no cabe, por ejemplo, tomar la órbita de los astros como referencia común, pues dicha subjetivación de la referencia temporal supone, ahora sí, la pérdida de un tiempo objetivo universal, la inexistencia de un sistema de referencia "privilegiado". Estas consideraciones nos conducen directamente a la pregunta por la simultaneidad. Einstein considera, en coherencia con sus conclusiones, que "no existe el concepto [de simultáneo]" [1]. Como ya expusimos, la simultaneidad solo puede decirse respecto de una misma referencia temporal, en la cual coinciden varios sucesos. Sin embargo, si el tiempo es relativo a las distintas velocidades, no es posible encontrar un marco común temporal dentro del cual se dé esa coincidencia. El mismo autor nos explica todo esto con claridad:

"Sucesos que son simultáneos respecto a [A] no lo son respecto a [B], y viceversa (relatividad de la simultaneidad). Cada cuerpo de referencia (sistema de coordenadas) tiene su tiempo especial; una localización temporal tiene sólo sentido cuando se indica el cuerpo de referencia al que remite" [2].

Autores como Maritain o, sobre todo, Bergson, han planteado críticas a esta postura, distinguiendo el tiempo relativo construido por los físicos como medida del movimiento y el tiempo real, que es absoluto. Se achaca a Einstein que solo acepte un enfoque del problema desde el punto de vista empírico, al exigir como requisito para aceptar una definición de simultaneidad "que proporcione el método para decidir experimentalmente en el caso presente" si varios sucesos han ocurrido o no de forma simultánea [3]. Sin embargo, considero que la crítica, aunque interesante, no tiene en cuenta que esa exigencia experimental se apoya en una concepción teórica que, de corresponderse efectivamente con la realidad, bien puede tener pretensiones de alcance ontológico, al negar la simultaneidad en el universo: pues no se trata solo de que no puedan medirse al mismo tiempo dos sucesos por la limitación empírica, sino de que, en realidad, no tiene sentido hacer referencia a un tiempo común.

Por otro lado, tras las reflexiones anteriores, cabe preguntarse cuál sería el resultado de establecer un diálogo aún más estrecho entre Einstein y Aristóteles, llevando a cabo una breve interpretación de ciertos elementos de la Teoría de la Relatividad sobre las bases físico-metafísicas del aristotelismo [4]. Antes de nada, conviene señalar que la velocidad como magnitud física no debe identificarse con el movimiento entendido aristotélicamente como actualidad de lo potencial en cuanto potencial. Según la clásica ecuación [5], la velocidad se define en función del espacio y del tiempo. Ahora bien, la medida del espacio en relación con un cuerpo en movimiento indica el cambio del accidente lugar, pero sin referirse a la actualidad de la sustancia de la cual ha participado el accidente para cambiar: abstrayendo de su carácter accidental y, por tanto, inserto en una sustancia, lo cual supone también abstraer de ese cambio como un movimiento; el espacio es, en definitiva, una diferencia abstracta entre diversos accidentes de lugar. Por otro lado, el tiempo es medida del movimiento, por lo que incluye en su magnitud la relación del accidente lugar con la actualidad de la sustancia; en cambio, abstrae a su vez del contenido concreto del accidente lugar (no considera las coordenadas de la posición, sino solo su modificación, cualquiera que sea) y de la sustancialidad concreta. Por tanto, la velocidad es una cuantificación global del movimiento, pues integra la medida de su actualización móvil (tiempo) y la variación locativa que esta ha producido (espacio). En efecto, dos cuerpos pueden moverse durante el mismo tiempo recorriendo distancias muy diversas; y esto indica, en clave metafísica, la menor o mayor actualidad de la variación de su accidente lugar.

Hecha esta distinción, nos podemos enfrentar al problema de la Teoría de la Relatividad: que haya una velocidad máxima significa que hay un grado máximo de actualidad del cambio en el accidente lugar. Si la velocidad de un cuerpo es lejana a la de la luz, la medición del movimiento (el tiempo) es prácticamente idéntica tomando como referencia un punto en reposo respecto del móvil o el propio cuerpo en movimiento. Esta última medición supone en realidad un movimiento (que se toma como unidad de referencia) incardinado dentro de otro [6]. Esto no es problemático, hasta que el cuerpo alcanza una velocidad tal que la suma de esta velocidad con la del móvil cuyo movimiento se emplea como sistema de referencia temporal sobrepasa el máximo de la velocidad de la luz; en ese momento, ocurrirá lo descrito por la Teoría de la Relatividad: el movimiento de acuerdo con el cual es medido el tiempo se "alargará", es decir, perderá parte de su actualidad, y el espacio- la diferencia entre los accidentes de lugar en uno y otro momento del movimiento- se acortará (también perderá actualidad). Así, se tenderá a una unidad temporal infinitamente extensa y a un espacio infinitamente reducido.

Esta interpretación de la relatividad, permite dar una respuesta distinta a la de Einstein en lo relativo a la cuestión de la simultaneidad. En efecto, si lo que se tiene en cuenta es la actualidad del movimiento respecto del cual se mide el tiempo a cierta velocidad, entonces no existe la simultaneidad en el universo, ya que cada unidad temporal es distinta y, por tanto, no cabe hablar de un "ahora" o punto de referencia universal, desde el que se articule el antes y el después. Sin embargo, si se toma como referencia el tiempo en reposo, sí que puede establecerse una medida aplicable universalmente, incluso a los cuerpos con grandes velocidades. El problema subyacente parece ser, en realidad, que la medición del tiempo en velocidades cercanas a la de la luz está viciada de origen, es una anomalía por el necesario reajuste de actualidad locativo-motriz en un cuerpo al acercarse a su máxima actualización. Por tanto, lo que cambia no es propiamente el tiempo (en la medida en que se ha definido según un criterio objetivo y universal, según un movimiento determinado), sino el movimiento cuantificado para establecer las unidades temporales a grandes velocidades.

Con todo esto, cabe afirmar que la discusión no debería ser si es más convincente la propuesta de Aristóteles o la de Einstein; no es necesario decidir entre las carencias científicas del estagirita y las filosóficas del teórico de la relatividad, cuando cabe un mutuo enriquecimiento coherente. Y parece, en efecto, que la descripción metafísica clásica del movimiento ilumina e incluso puede proponer ciertas correcciones a la concepción física contemporánea del tiempo, reduciendo las relaciones entre las distintas variables en juego a una cuestión de actualidad operativa (accidental) de las sustancias corpóreas, para recuperar la objetividad espacio-temporal sin perder la subjetividad del alma que numera. 


*CITAS

[1] EINSTEIN, A., Sobre la teoría de la relatividad especial y general, Alianza, Madrid, 1986, p. 24.

[2] Ibidem, pág. 32.

[3] Ibidem, pág. 24.

[4] Para esta singular tarea, la terminología empleada será necesariamente mixta.

[5] v = Δs/Δt

[6] Un segundo es definido según el SI como "la duración de 9 192 631 770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio (133Cs), a una temperatura de 0 K".


JAIME ALONSO DE VELASCO DOMÍNGUEZ