Circes modernas y tipos de falacias

07.03.2023

Hace unos días tuve una conversación interesante con un conocido al que considero sesudo e inteligente. Comenzamos por noticias de actualidad, poniéndonos al día, y a medida que pasaba el tiempo, entramos en aspectos más profundos del ser humano. Como la confianza y la situación acompañaban, penetramos en el siempre espinoso tema de la religión. Doy mi palabra de que no inicié yo el sendero, pero como no desaprovecho la oportunidad de ahondar en cualquier punto de vista, porque siempre lo considero enriquecedor, procedí a escuchar su opinión. Él me propuso lo siguiente:

"Verás, es que profesar una religión me parece como seguir a un equipo de fútbol". Mi expresión debió de mudar de atento receptor a escéptico y ligeramente escandalizado oyente, porque continuó: "si lo piensas fríamente, es ir a un sitio, todas las semanas, con la misma gente que cree en lo mismo que tú, para compartir una causa común. Es algo que afecta a tus emociones, que te genera sentimiento de pertenencia. Hay un líder espiritual, el entrenador, unos acólitos, los jugadores, y una ceremonia. Hay personas para las que es su vida, que se gastan dinero apostando a su equipo y que lo siguen y defienden a capa y espada".

Fue entonces cuando agradecí haber leído un libro que cambió mi vida. Posteriormente hablaremos de él. Tras un momento de reflexión, contesté:

- Con todo el respeto, eso es una falacia de la falsa equivalencia.

Él parpadeó, algo confundido, por lo que traté de desarrollar la idea:

- Lo que creo que has hecho es contraponer dos situaciones que pueden compartir circunstancias o elementos comunes para situarlas en plano de absoluta igualdad, con el fin de darles el significado que sirva a tus intereses. Es decir, aparentar una equivalencia lógica (de ahí el nombre) que no es tal.

De ahí continuamos charlando sobre las falacias, y es de ello de lo que quiero escribir hoy. Pero antes, querría recomendar el libro mentado unas líneas más arriba. Se llama Las trampas de Circe, de Montserrat Bordes. 

Para los que no lo sepan, Circe era una hechicera de la isla de Eea, que mediante pociones y sortilegios, hacía que los desdichados aventureros con los que se cruzaba olvidaran su hogar. Y si no solo se encontraban con ella, sino que la ofendían, los transformaba en animales, como Homero nos narra en la Odisea.

Hoy en día no existen las brujas, (aunque haberlas, haylas, como dicen mis queridos amigos gallegos) pero sí infinidad de Circes, cuyo alcance es infinitamente superior al de la original, gracias a las redes sociales y los medios de comunicación. Sus pócimas son las falacias y sus hechizos son las emociones. No hay un debate profundo ni un análisis estructurado de las ideas que permita un intercambio serio de opiniones. Todo se queda en el tweet, la frase, el titular o el malentendido. Ello, sumado a la cada vez mayor indigencia cultural a la que nos vemos sometidos, hacer que sea muy difícil distinguir la verdad de la mentira, especialmente cuando se emplea la aparente lógica como sustento de dicha verdad. Y digo aparente, porque cuando se estudia en profundidad la concatenación de argumentos, aparece la falacia, escondida, camaleónica, y apenas distinguible a primera vista, como una sombra esquiva.

Por ello, es necesario conocer las más importantes, para que cuando las veamos, las reconozcamos de inmediato. Realizaré una breve exposición de las más habituales, y para un mayor conocimiento me remito al libro ya referido, que debería ser de obligada lectura en todos los colegios del país. Antes de proceder, me gustaría adelantar que los ejemplos que veremos no son reveladores de mi pensamiento, u opinión, sino que se harán con el mero propósito de mostrar afirmaciones prácticamente diarias en el seno del debate político y social, a fin de dar herramientas de pensamiento crítico y que cada cual saque sus conclusiones.

Ya hemos hablado de la falsa equivalencia. Otra muy característica de la mayoría de las discusiones es la llamada "del hombre de paja".

Ésta consiste en tomar el argumento del contrario, distorsionarlo y plantearlo como lo que realmente ha querido afirmar. Veamos un ejemplo:

Afirmación: "creo que los niños deben ser supervisados por sus padres"

Respuesta falaz: "ah, eres partidario de la sobreprotección infantil, y piensas que los niños no saben hacer nada por sí mismos".

Puede sonar exagerado, pero veamos un ejemplo más habitual, y donde se verá mejor:

Afirmación: "creo que el aborto está mal".

Respuesta falaz: "ah, te opones a que la mujer decida libremente sobe su cuerpo".

O, desde el otro punto de vista:

Afirmación: "creo que las mujeres deben decidir libremente sobre su cuerpo".

Respuesta falaz: "ah, estás a favor del aborto".

¿Cómo evitar caer en esta trampa? Simplemente, aclarando antes o después lo que se quiere decir. Y para ello lo fundamental es seguir la estructura clásica del argumento: afirmación de lo que se piensa, razonamiento que lo justifica y evidencia que lo demuestra. Si nuestro interlocutor nos interrumpe o no nos deja expresarnos, mejor simplemente abandonar la conversación. El tiempo es oro y no hay que dilapidarlo con quien no atiende a razones, o no le interesa lo que tengamos que decir.

Continuemos con otra que suele ser de las más difíciles de identificar. Se trata de la falacia ad hominem. Ésta consiste en atacar la condición del otro para restar credibilidad a sus postulados. Y no de manera directa, ni insultante, sino soterradamente. Ésta tiene su contraparte, la falacia ad verecundiam que es plantear que algo es verdadero solo porque sea dicho por quien lo expresa.

Ejemplos de falacias ad hominem:

Afirmación: "abortar está mal".

Respuesta falaz: "tú no puedes decir eso, porque eres hombre, y no vas a llevar a tu hijo en el vientre".

Afirmación: "el Estado no cubre nuestras necesidades".

Respuesta falaz: "tú nunca has tenido necesidades, no puedes decir eso".

¿Cómo podemos refutar tal falacia? Sin negar que haya parte de vedad en ella, algo que es común a todas, de la manera más simple: afirmando que tu opinión, independientemente de tu circunstancia, debe ser respetada, porque si no, nadie podría opinar de casi nada. Un abogado no podría opinar de salud, ni un médico de lo bello que es un poema, o una pintura.

Continuemos con un ejemplo de falacia ad verecundiam:

Afirmación: "me gustaría saber cuál es el origen del ser humano".

Respuesta falaz: "la evolución, porque así lo dijo Darwin".

Es decir, la evolución es el origen poque lo dijo Darwin, no porque haya evidencia empírica de que la selección natural y la progresiva adaptación al medio, unido a la bipedestación, diera como resultado un aumento del tamaño cerebral y el surgimiento de la región del córtex.

El problema aquí es que se confunde la evidencia con el razonamiento, dos elementos clave del argumento, pero que no pueden alterarse ni mezclarse, porque lo más probable es que nos provoquen falacia.

Para terminar, acabaremos con la falacia ad populum. Ésta en muchas ocasiones se confunde con la legitimidad que da el respaldo de la masa. Básicamente, consiste en que lo que se plantea es verdadero porque lo dice mucha gente o la mayoría. Normalmente, suele hacerse acompañado de resultados de encuestas o sondeos.

Una vez más, procedamos a ejemplificarlo:

Afirmación falaz: "la pena de muerte es necesaria. La mayoría de la sociedad lo respalda, mira esta encuesta del Instituto Nacional de Estadística".

Es decir, se entiende que porque un amplio sector de la sociedad apoye una medida, ya es ésta necesaria. No conveniente, o deseable, sino necesaria.

Todo esto de lo que hemos hablado no es algo nuevo, sino que existía ya desde la Antigua Grecia. De hecho, había auténticos maestros de las falacias que hicieron de ello un oficio, los llamados sofistas, y que Sócrates se encargó de combatir, hasta que encontró su final en el fondo de un recipiente de cicuta. No digo que tengamos que acabar como el maestro de Platón, pero sí que es necesario conocer las amas con las que otros pueden atacarnos dialécticamente hablando, para así defendernos, no caer en las trampas de la Circe de turno, y poder volver a Ítaca sanos y salvos.

RAFAEL CONTRERAS BERNIER