¿Cómo aparece reflejado en Niebla el pensamiento de Unamuno sobre Dios?

15.02.2021

-- Monografía del Bachillerato Internacional --
Estudio de la presencia del conflicto trascendental de Unamuno en su nivola Niebla

Índice

1.- Introducción

2.- Desarrollo

2.1.- Contexto histórico-literario

2.2.- Unamuno: un ateo con sed de Dios 

2.3.- Los amores de Augusto y el amor a Dios

2.4.- Sin barreras entre realidad y ficción: Dios y el destino del hombre

3.- Conclusión

4.- Bibliografía


1.- INTRODUCCIÓN

Para comprender el complejo mundo interior de don Miguel de Unamuno bastan dos palabras: conflicto y paradoja. Sus constantes conflictos existenciales y religiosos nacieron de planteamientos contradictorios y paradójicos, pero necesarios, que debía adoptar ante las preguntas fundamentales del ser humano.

Desde que encontré en mi salón el Diario íntimo [1] de Unamuno, su mundo interior me cautivó. Aunque ya había leído su obra Niebla, mi desconocimiento de la cosmovisión del autor me impidió interpretarla en clave existencial o religiosa. Pero tras una relectura, pude percibir en ella ecos del auténtico y conflictivo mundo unamuniano.

Todas las obras de Unamuno, como extensiones de su ser, reflejan sus conflictos interiores. En su novela (o nivola) San Manuel Bueno, mártir, el conflicto religioso del autor aparece de forma muy evidente. Por eso, esta nivola se ha interpretado como un espejo del alma dividida de Unamuno, que, como la de don Manuel, no puede creer en Dios, por mucho que lo necesite. Aunque los conflictos existenciales (realidad y ficción, creación artística y metafísica...) están presentes en Niebla, su crisis religiosa o trascendental (sobre la existencia de Dios) parece no haber salpicado a esta obra de forma tan evidente.

Sin embargo, tras su relectura, he encontrado en ella posos del dolor incurable de Unamuno. En esta monografía analizaré cómo en Niebla se escucha un grito suplicante de sentido vital, ligado irremediablemente a la existencia de Dios. Y aunque este grito se percibe de forma algo más distorsionada que en otras nivolas, adquiere en Niebla una profundidad filosófica sorprendente. Esto me ha llevado a intentar responder a la siguiente pregunta: "¿Cómo aparece reflejado en Niebla el pensamiento de Unamuno sobre Dios?"

Después de un breve contexto histórico-literario y de explicar algunos fundamentos del conflicto trascendental de Unamuno, intentaré mostrar cómo este conflicto aparece en Niebla, a través de los amores del protagonista, Augusto, y a través de reflexiones sobre la ficción y la realidad; reflexiones que parecen puramente existenciales, pero que trascienden al ámbito religioso, al conflicto sobre la existencia de Dios y la relación con sus "criaturas".


2.- DESARROLLO

2.1.- Contexto histórico-literario

Miguel de Unamuno fue uno de los miembros más notables de la Generación del 98 y su principal guía intelectual. Los autores del 98 fueron muy influenciados por filósofos como Kant, Hegel, Nietzsche, Schopenhauer... Esta influencia es especialmente notable en Unamuno: una crisis de juventud sustituyó su fervor religioso por una herida trascendental sin cura.

Un rasgo propio del 98 es la proyección subjetiva de los autores en sus obras. Así, El árbol de la ciencia refleja el pesimismo existencial de Pío Baroja y La voluntad las dudas existenciales de Azorín. Igualmente, las obras de Unamuno beben de su biografía y su pensamiento. En Niebla, la proyección subjetiva es tal que el propio autor aparece como personaje "nivolesco".


2.2.- Unamuno: un ateo con sed de Dios

Cualquier ser humano, siendo un único individuo, halla irremediablemente en su interior la dualidad de luz y sombra. Pero hay personas, elegidas o malditas, que viven ese claroscuro existencial con especial intensidad; personas como Unamuno, escritor, filósofo y buscador incansable de la verdad.

Dicha dualidad inherente al hombre se revela en el actuar diario del ser humano: ¡Cuántas veces lo que la razón construye cuidadosamente es destruido en un instante por un sentimiento exaltado! Los propósitos en apariencia robustos pueden desvanecerse fácilmente cuando las emociones reman en dirección contraria. Sin embargo, no es tan común lo contrario: que sea la razón la que derribe aquello exigido de forma irremediable por un sentimiento profundo, anclado al propio ser, capaz de acompañar a la persona hasta la tumba.

Solo la mente de un filósofo es capaz de un ataque tan directo a su propia unidad. Y sin duda, Unamuno es un filósofo, no dedicado a grandes cuestiones deshumanizadas, sino al individuo con nombre y apellidos, con una historia y una necesidad imperiosa de felicidad. He ahí la paradoja trascendental unamuniana: sólo Dios puede saciar su sed de sentido y de eternidad y, sin embargo, su razón se confiesa incapaz de hallar a ese Dios, que no es idea teórica, sino Amor. [2] No es suficiente para él la causalidad de santo Tomás, ni el argumento ontológico de san Anselmo, pues solo pueden acceder a la figura divina como a un ente impersonal, una teoría razonada fríamente muy distinta del Dios cristiano hecho hombre al que Unamuno busca sin éxito. [3] En sus propias palabras, con la razón buscaba un Dios racional, que se iba desvaneciendo por ser pura idea, raíz de todo sentimiento vacío. [4]


2.3.- Los amores de Augusto y el amor a Dios

En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse cuenta de ello, Augusto[5]

Lo que en el arranque de Niebla parece un simple flechazo romántico del protagonista, Augusto Pérez, da lugar durante el transcurso de la novela a abundantes reflexiones filosóficas. Como mostraré más adelante, estas reflexiones están íntimamente relacionadas con el conflicto trascendental unamuniano.

Cuando Augusto le dice a su amigo Víctor que se ha enamorado, este le contesta: "Naturalmente, tú estás enamorado "ab origine", tienes un amorío innato". [6] La irónica respuesta de Víctor encierra una cuestión de enorme interés. Al afirmar que está enamorado, Augusto está diciendo en realidad que siente la necesidad interior de amar y que dicho sentimiento se ha encarnado en una persona concreta, porque no puede permanecer dentro de él.

A medida que transcurre la conversación de Augusto y Víctor, se ve fortalecida la idea de que su amada Eugenia no es más que una mera exteriorización contingente de su necesidad ab origine de amar [7], ya que lo único que recuerda de ella son sus ojos:

-Y si no, dime, ¿es rubia o morena?

-Pues, la verdad, no lo sé. [...]

-¿Es alta o baja?

-Tampoco me acuerdo bien. Pero debe de ser una cosa regular. Pero ¡qué ojos, chico, qué ojos tiene mi Eugenia! [8]

Algunos estudiosos ven en el amor de Augusto una interpretación cartesiana del ser, que dibuja al hombre como una mente dentro de un mero receptáculo llamado cuerpo. [9] Este dualismo confiere a lo material una importancia mínima y se centra en el mundo de las ideas: Augusto se enamora de una idea, pues ni siquiera recuerda cómo es el rostro de su amada. En la misma línea, varios críticos relacionan a Eugenia con el amor filial de Augusto a su difunta madre. Muchos detalles de la novela invitan a ver en Eugenia un simple recipiente donde Augusto vuelca su sentimiento de amor, huérfano desde la muerte de su madre. [10], [11]

Pero, aunque estas reflexiones son de enorme interés, creo que el amor de Augusto esconde algo aún más relevante, relacionado con la crisis trascendental de Unamuno y con un dualismo distinto al cartesiano: el de sentimiento y razón. Así pues, en la historia amorosa de Augusto hay una perfecta analogía de la búsqueda de Dios por parte de Unamuno.

La necesidad de sentido vital está inscrita en Unamuno, como en todos los hombres, ab origine, igual que la necesidad de amor de Augusto. Unamuno siente que dicho sentido vital solo puede colmarse con Dios, por lo que le ama, aunque repara en que realmente no tiene certeza de su existencia. De igual manera, Augusto, sin conocer a Eugenia, siente amor hacia ella.

Además, ambos fracasan en su búsqueda: Augusto es abandonado por Eugenia, lo que muestra que su sentimiento lo había arrastrado hacia la persona equivocada y que su razón había fracasado a la hora de conocer a la verdadera Eugenia; Unamuno también es abandonado, ya que su razón es incapaz de encontrar a ese Dios al que ama o necesita amar. Ni autor ni personaje encuentran un sustituto eficaz para satisfacer su necesidad vital.

Es cierto que Augusto se siente atraído corporalmente por su planchadora Rosario, pero nunca se entrega completamente a su pasión, porque Eugenia sigue viva en su mente: "-Pero, ¿No sabes que quiero a otra mujer?[12].Así pues, el personaje de Rosario tiene un valor simbólico en el tema que nos ocupa. Con ella, se muestra el escaso valor de lo puramente material para saciar el sentido vital, la permanencia de la sed trascendental por colmados que se hallen los sentidos.

Rosario es una de las tres mujeres presentes en la vida de Augusto: "Eugenia, que me habla a la imaginación, a la cabeza; Rosario, que me habla al corazón, y Liduvina, mi cocinera, que me habla al estómago.[13]

Las palabras de Augusto parecen contradecir lo explicado en este trabajo acerca de la preeminencia del sentimiento sobre la razón para conocer a Eugenia. ¿Por qué dice Augusto que Eugenia se corresponde con su inteligencia, si su amor hacia ella despierta por un sentimiento irracional? Pues bien, aunque es un sentimiento el que atrae a Augusto tanto hacia Eugenia como hacia Rosario, solo uno de estos dos amores precisa de la actividad intelectual para existir.

Mientras la relación con Rosario es corporal, Augusto apenas toca a Eugenia y todo su amor se construye con la imaginación, es una fantasía solo existente en el mundo del deseo. Incluso se podría afirmar que no ama a Eugenia, sino a la mujer idealizada que habita únicamente en su cabeza, la cual se desvanecería si dejara de ser pensada. Del mismo modo, Dios solo existe en la mente de Unamuno como el hermoso retrato de un ser inexistente. Dios le habla a la cabeza, como Eugenia a Augusto, pero cuando su razón responde, solo escucha el silencio de la duda.

Así, los dos amores de Augusto se pueden clasificar como dos tipos de entes. El de Rosario es un ente físico, porque es puramente material, basado solo en la atracción corporal. En cambio, el amor de Eugenia es un ente de razón, pues solo existe en la imaginación de Augusto y no tiene cabida en el mundo material.

Esta clasificación ontológica servirá más adelante para seguir desgranando el conflicto religioso en Niebla. También será útil una pregunta existencial, que esconde, además, un contenido trascendental: ¿Es más real el amor de Eugenia o el de Rosario?

Aunque según la filosofía clásica el ente físico es más real que el ente de razón, debemos tener en cuenta la influencia de Descartes en Unamuno. Descartes, en su búsqueda de la realidad absoluta, difuminó la diferencia entre vivir y soñar, entre realidad y ficción, afirmando, como Segismundo, que no podemos saber si realmente nos hallamos en un sueño.

Esa idea de la vida como sueño dejó huella en Unamuno y, por tanto, en sus obras. [14] El propio Augusto expresa esa incertidumbre existencial: "Todo esto que me pasa y que les pasa a los que me rodean, ¿es realidad o es ficción? [15] [...] ¿Qué es el mundo real sino el sueño que soñamos todos, el sueño común?[16] De las reflexiones de Unamuno al respecto, surgió probablemente el título Niebla, como definición conceptual de la duda existencial.

Así pues, no hay una respuesta clara a la pregunta. Bien podría ser Rosario algo soñado, un ente de razón, igual que Eugenia, como también podría serlo Unamuno. Y si los sentidos mienten, ¿cuánto más puede hacerlo una mente desesperada? Si la carne es sueño, ¿en qué ensoñación habitará ese Dios imposible?


2.4.- Sin barreras entre realidad y ficción: Dios y el destino del hombre

La incertidumbre sobre la realidad de las propias vivencias, la posibilidad de que todo desaparezca tras un breve despertar, genera dudas acerca de lo que antes, cuando vivir y soñar eran cosas distintas, resultaba evidente. Cuando Rosario y Eugenia pueden ser consideradas reales y ficticias al mismo tiempo, es posible preguntarse si este otro mundo, más allá de las páginas de Niebla, es tan distinto del que permanece atrapado en el papel. Y esto tiene, como iré desarrollando, consecuencias en el conflicto religioso que nos ocupa.

En su ensayo Vida de Don Quijote y Sancho, Unamuno llegó a afirmar que Don Quijote era más real y auténtico que Cervantes, por su gran profundidad psicológica y humana [17], e, incluso, criticó a Cervantes por su inadecuada comprensión de algunos rasgos del mundo interior de Don Quijote. [18] Tras la aparente locura de Unamuno, se esconde su negación de la escritura como herramienta creadora. Los grandes personajes literarios no son creados por un escritor, sino que existen por sí mismos y el escritor sencillamente describe y da visibilidad a una realidad ya existente. Lo que Unamuno propone, en definitiva, es la ruptura de la barrera entre ficción y realidad. La repercusión de semejante planteamiento en el ámbito religioso se muestra en la parte final de Niebla, como a continuación ilustraré.

La nivola da un giro radical al final del capítulo XXV. Pero antes de alcanzar el momento culmen de su cuestionamiento, Unamuno va preparando al lector, a través de las palabras de los personajes, que presentan la vida como sueño [19], como duda [20], e incluso como ficción [21]. Además, cuando Víctor expone su idea de crear la nivola, como nuevo género literario, Augusto expresa en voz alta un pensamiento muy esclarecedor: "¿Sabes Víctor que se me antoja que me estás inventando...?[22]

Las aparentes elucubraciones de los personajes van conduciendo a la historia hacia la duda definitiva y en esta última duda vuelve a surgir la figura divina. Pero acompañemos sin prisa a Unamuno hasta esa duda de Dios.

Así pues, el último párrafo del capítulo XXV supone un antes y un después, no solo en Niebla, sino en la historia de la literatura. Y es que Unamuno, hasta entonces dedicado a relatar imparcialmente y en tercera persona los hechos, hace acto de presencia e incluso se dirige al lector:

"[...] yo, el autor de esta nivola, que tienes, lector, en la mano y estás leyendo, me sonreía enigmáticamente al ver que mis nivolescos personajes estaban abogando por mí [...] "¡Cuán lejos estarán estos infelices de pensar que no están haciendo otra cosa que tratar de justificar lo que yo estoy haciendo con ellos!"[23]

Con solo una oración, aparece el puente entre ficción y realidad. Pero ese puente en seguida queda cubierto por la nube de la falsa libertad, de una vida regida por otro ser. Es el esbozo de un Dios "malvado" cuyas criaturas son simples marionetas. Un esbozo que se convierte al final del párrafo en un cuadro tan nítido como inquietante: "Así, cuando uno busca razones para justificarse no hace en rigor otra cosa que justificar a Dios. Y yo soy el Dios de estos dos pobres diablos nivolescos.[24]

Después, la historia de Augusto continúa como si aquella voz siniestra nunca se hubiera revelado. Su situación amorosa parece tener un desenlace feliz cuando Eugenia acepta su declaración de amor. Pero Augusto siente que algo extraño ocurre en la nueva relación de noviazgo.

El día de la boda, la frialdad y el distanciamiento de Eugenia cobran sentido y el presentimiento de Augusto se cumple. En una carta, su prometida le anuncia que ha huido junto a su antiguo novio Mauricio. Este duro golpe intensifica las dudas de Augusto sobre su propia existencia:

[...] aquella calma le hacía que hasta dudase de su propia existencia. «[...], si existiese de verdad, ¿cómo podía haber recibido esto con la relativa tranquilidad con que lo recibo?» [25]

Poco a poco, el lector va comprendiendo que es testigo de una tragedia gestada a lo largo de la novela, hasta su desenlace fatal. Es la tragedia de la "no existencia", del vacío que nada ni nadie puede llenar. Pero no se trata de la nada sin nombre, de la nada inexistente, sino de una existencia que no es dueña de sí misma, que es creación, invención y burla de la Única Existencia, que es esclavitud con un anhelo imposible de libertad: esa es la forma más trágica de no existir, esa es la realidad que Augusto comienza a experimentar en su propia persona, ese es el gran miedo de Unamuno.

Llegados a este punto, puede parecer que nos hallamos ante una gran contradicción. Tras afirmar que Unamuno expresa en Niebla su incapacidad de conocer a Dios, he mostrado cómo, a través de su acto de presencia en la obra, Unamuno revela la esclavitud del hombre, por el control de su Creador. ¿Acaso Unamuno se contradice a sí mismo?

Debemos recordar que todo en don Miguel es paradoja, enfrentamiento entre opuestos, división irresoluble. Así pues, aunque se sienta incapaz de creer en Dios, Unamuno siente al mismo tiempo que es esclavo de un Dios que abandona a sus criaturas en un mar de dudas y absurdos. He ahí el sufrimiento de toda una vida: ser esclavo, hijo y amante de un ser inexistente.

La necesidad de un creador le conduce a la lógica pero terrible conclusión de que somos creados por la nada, aunque eso signifique nuestra "no existencia" (ahora plenamente vacía). La única forma que Unamuno encuentra de mantener con vida al Dios que anhela es abrazando la nada, que es a la vez su mayor miedo. Ahí reside la crueldad del Dios unamuniano: en crear para la nada.

Ese grito agónico de la mente y el corazón de don Miguel resuena en Niebla, cada vez con más intensidad, a medida que el final de la obra se acerca. Augusto va despertando al sueño de su ficción y cuando su amigo Víctor le visita tras el abandono de Eugenia, entablan una extraña conversación:

-[...] han querido demostrarme... ¿qué sé yo?... que no existo.

[...]

-Nosotros no tenemos dentro. [...] El alma de un personaje de drama, de novela o de nivola no tiene más interior que el que le da... [26]

Los dos perciben ahora con sorprendente nitidez la farsa a la que están siendo sometidos. Han despertado a la consciencia de que no son más que personajes de una nivola y al mismo tiempo, eso les hace más reales que nunca, porque existen como ficción, que es la auténtica forma de existencia para Unamuno:

-Empecé, Víctor, [...] como una ficción; durante años he vagado como un fantasma, como un muñeco de niebla, sin creer en mi propia existencia, imaginándome ser un personaje fantástico que un oculto genio inventó para solazarse o desahogarse; pero [...] después de esta ferocidad de burla, [...] ¡Ahora no dudo de mi existencia real! [27]

Esta nueva forma de existencia es en realidad el "no ser" ya mencionado. Pero es un "no ser" paradójicamente consciente de su existencia (o su "no existencia") y esa consciencia conlleva el sufrimiento. Así, entre el "no ser" consciente y el inconsciente, Augusto prefiere el segundo, por lo que decide suicidarse. Sin embargo, la novela aún tiene reservada una última sorpresa. Y es que Augusto decide, antes de quitarse la vida, visitar a su creador, don Miguel de Unamuno. Esta visita "imposible" supone la confirmación del "no ser" sugerido en Niebla:

Mas antes de llevar a cabo su propósito [...], ocurriósele consultarlo conmigo, con el autor de todo este relato. [28]

La incertidumbre existencial de Augusto regresa cuando Unamuno demuestra conocer todo sobre su vida. Con las palabras de su creador, esa incertidumbre va aumentando:

-¡Parece mentira! [...] No sé si estoy despierto o soñando...

-Ni despierto ni soñando. [29]

Y más tarde:

-[...] no estás ni muerto ni vivo. [30]

Finalmente, Unamuno desciende el último escalón del miedo existencial:

-No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía. [31]

Sin embargo, Augusto no se resigna a este terrible final y entabla un combate intelectual con Unamuno:

-No sea, mi querido don Miguel -añadió-, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... [32]

Así, a través de su personaje, Unamuno expande el "no ser" de los entes de ficción a cualquier ser, pues todo es ficción de un "creador". Y de nuevo, la esclavitud aparece ligada al creador, dueño de sus criaturas:

-Pues opino que como tú no existes más que en mi fantasía [...], y como no debes ni puedes hacer sino lo que a mí me dé la gana [...] no te suicidarás. [33]

En su paradoja, Unamuno decide castigar la rebeldía de Augusto con la muerte. Pero antes de marcharse, Augusto sintetiza con una maldición todo el conflicto vital y religioso de Unamuno, es decir, la imposibilidad de existir, por la inexistencia de su Creador:

-[...] ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! [...] Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo [...]. [34]

Augusto regresa a su casa y muere en su lecho, aquejado por una misteriosa dolencia. Cuando el Unamuno ficticio, el "único" Unamuno, se entera del fallecimiento de Augusto, piensa en la posibilidad de resucitarle y, con esa idea en la cabeza, cae en un sueño más profundo que la vida. Pero Augusto le visita una última vez, en su camino hacia la nada indudable, para hacerle comprender la imposibilidad de resucitar a un ser que ha muerto:

-Sí, a un ente de ficción, como a uno de carne y hueso, a lo que llama usted hombre de carne y hueso y no de ficción de carne y de ficción de hueso, puede uno engendrarlo y lo puede matar; pero una vez que lo mató no puede, ¡no!, no puede resucitarlo. [35]

De esta manera se confirma el fracaso existencial unamuniano, pues ni amasando con su mente un Dios a partir de la nada, ni aceptando la esclavitud de la "no existencia" para poder tener un creador, logra el sentido vital que necesita. La muerte implacable ha resistido su intento de construir un sentido trascendental. Le está esperando y, cuando llegue el momento, rasgará su sueño de existencia para revelarle la realidad de su sinsentido. Así, con la muerte de Augusto Pérez, llega también, en otro mundo igual de inexistente, la muerte "trascendental" de don Miguel de Unamuno.


3.- CONCLUSIÓN

Tras haber analizado la tragedia trascendental plasmada en Niebla, la paradoja de sed insaciable de Dios, por la contradicción entre deseo del corazón y negación de la mente, podemos dar respuesta a la pregunta de esta monografía: "¿Cómo aparece reflejado en Niebla el pensamiento de Unamuno sobre Dios?". Como muestra este trabajo, Unamuno expresa su conflicto religioso a través de los amores de Augusto y de las reflexiones sobre ficción y realidad.

En primer lugar, el amor de Augusto hacia Eugenia no surge de un conocimiento real, sino de una necesidad ab origine. En realidad, Augusto no ama a Eugenia, sino a una idea creada en su mente, cuyo receptáculo contingente es esa mujer real. Por ello, este amor puede interpretarse como símbolo del amor de Unamuno a Dios, que surge también de una necesidad ab origine y que existe únicamente en su mente, como idea intelectual, pero no en la realidad. Además, tanto Augusto como Unamuno fracasan en su intento de conocer aquello que necesitan amar: Eugenia abandona a Augusto y la razón de Unamuno es incapaz de aceptar la existencia de Dios.

Después, las dudas van sucediéndose, hasta impregnarlo todo. La concepción de la vida como sueño expuesta en Niebla permite equiparar el grado de existencia del amor físico a Rosario y del amor intelectual a Eugenia (o a Dios), pues ambos pueden tratarse de un sueño. Más aún, permite equiparar la ficción a la realidad.

Este puente entre dos mundos se manifiesta con la intervención del autor (Unamuno), dirigiéndose al lector y, sobre todo, con el encuentro del mismo con Augusto. Así, don Miguel se convierte en ente de ficción y con él, todo el género humano. Esto permite alcanzar la duda definitiva: la esclavitud de un Dios Creador que condena a sus criaturas, a sus entes de ficción, a la "no existencia", porque él es el primero en no existir, y su nada lo llena todo. Hasta su último aliento, resonó en Unamuno la maldición de Augusto: volverá a la nada de que salió...


4.- BIBLIOGRAFÍA

  • BAKER, Armand F., "Unamuno and the Religion of Uncertainty", Hispanic Review, 1990. En: https://www.armandfbaker.com/religion_of_uncertainty.pdf (Última consulta: 04/01/2020).
  • DEFEZ, Antoni, "Unamuno, Descartes y la hipótesis del sueño", Revista de Filosofía, Revistas Científicas Complutenses, 2006. En: https://revistas.ucm.es/index.php/RESF/article/download/RESF0606120007A/9338 (Última consulta: 17/01/2020).
  • DE UNAMUNO, Miguel, Del sentimiento trágico de la vida. La agonía del cristianismo, Ediciones Akal, Madrid, 1983.
  • DE UNAMUNO, Miguel, Diario íntimo, Alianza Editorial, Madrid, 1970.
  • DE UNAMUNO, Miguel, Niebla, Espasa-Calpe, Colección Austral, Madrid, 1982.
  • DE UNAMUNO, Miguel, Vida de Don Quijote y Sancho, Cátedra, Colección Letras Hispánicas, Madrid, 2005.
  • EGIDO, Luciano G., Salamanca, la gran metáfora de Unamuno, Ediciones Universidad Salamanca, Salamanca, 1983.
  • JOHNSON, Roberta, "El problema del conocimiento en Unamuno y la composición de Niebla", Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Vol. 2, 1989. En: https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/09/aih_09_2_033.pdf (Última consulta: 18/12/2019).
  • OLSON, Paul R., "«Niebla»: la novela y el misterio del ser", Actas del cuarto Congreso Internacional de Hispanistas, Vol. 2, 1982. En: https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/04/aih_04_2_031.pdf (Última consulta: 27/12/2019).


*CITAS

[1] DE UNAMUNO, Miguel, Diario íntimo, Alianza Editorial, Madrid, 1970.

[2] DE UNAMUNO, Miguel, Del sentimiento trágico de la vida. La agonía del cristianismo, Ediciones Akal, Madrid, 1983, pág. 219.

[3] BAKER, Armand F., "Unamuno and the Religion of Uncertainty", Hispanic Review, 1990, pág. 40. En: https://www.armandfbaker.com/religion_of_uncertainty.pdf (Última consulta: 04/01/2020).

[4] DE UNAMUNO, Miguel, Diario íntimo, Alianza Editorial, Madrid, 1970, pág. 15.

[5] DE UNAMUNO, Miguel, Niebla, Espasa-Calpe, Colección Austral, Madrid, 1982, pág. 27.

[6] Ibidem, pág. 36.

[7] OLSON, Paul R., "«Niebla»: la novela y el misterio del ser", Actas del cuarto Congreso Internacional de Hispanistas, Vol. 2, 1982, pág. 330. En: https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/04/aih_04_2_031.pdf (Última consulta: 27/12/2019).

[8] DE UNAMUNO, Miguel, op. cit., pág. 36.

[9] JOHNSON, Roberta, "El problema del conocimiento en Unamuno y la composición de Niebla", Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Vol. 2, 1989, pág. 303. En: https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/09/aih_09_2_033.pdf (Última consulta: 18/12/2019).

[10] OLSON, Paul R., "«Niebla»: la novela y el misterio del ser", Actas del cuarto Congreso Internacional de Hispanistas, Vol. 2, 1982, pág. 329. En: https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/04/aih_04_2_031.pdf (Última consulta: 27/12/2019).

[11] EGIDO, Luciano G., Salamanca, la gran metáfora de Unamuno, Ediciones Universidad Salamanca, Salamanca, 1983, pág. 275.

[12] DE UNAMUNO, Miguel, op. cit., pág. 126.

[13] Ibidem, pág. 124.

[14] DEFEZ, Antoni, "Unamuno, Descartes y la hipótesis del sueño", Revista de Filosofía, Revistas Científicas Complutenses, 2006, pág.2. En: https://revistas.ucm.es/index.php/RESF/article/download/RESF0606120007A/9338 (Última consulta: 17/01/2020).

[15] DE UNAMUNO, Miguel, op. cit., pág. 93.

[16] Ibidem, pág. 71.

[17] DE UNAMUNO, Miguel, Vida de Don Quijote y Sancho, Cátedra, Colección Letras Hispánicas, Madrid, 2005, pág. 193.

[18] Ibidem, pág. 112.

[19] DE UNAMUNO, Miguel, Niebla, Espasa-Calpe, Colección Austral, Madrid, 1982, pág. 71.

[20] Ibidem, pág. 130.

[21] Ibidem, pág. 93.

[22] Ibidem, pág. 93.

[23] Ibidem, pág. 131.

[24] Ibidem, pág. 131.

[25] Ibidem, pág. 142.

[26] Ibidem, pág. 146.

[27] Ibidem, pág. 146.

[28] Ibidem, pág. 148.

[29] Ibidem, pág. 148.

[30] Ibidem, pág. 149.

[31] Ibidem, pág. 149.

[32] Ibidem, pág. 149.

[33] Ibidem, pág. 150.

[34] Ibidem, pág. 154.

[35] Ibidem, pág. 161.